Blasfemia.

Toda injuria inferida a un hombre merece ser castigada (Mt 5,22).

¡Cuánto más la blasfemia, insulto hecho a Dios mismo! Es lo opuesto de la adoración y de la alabanza que debe el hombre a Dios, el signo por excelencia de la impiedad humana.

AT.

La presencia de un solo blasfemo en el pueblo de Dios basta para contaminar a la comunidad entera. Por eso dice la ley: “Quien blasfemare el nombre de Dios será castigado con la muerte; toda la asamblea lo lapidará” (Lev 24,16: cf. Éx 20,7: 22,27; 1Re 21,13). Más a menudo se halla la blasfemia en los labios de los paganos, que insultan al Dios vivo cuando acometen a su pueblo: un Senaquerib (2Re 19,4ss. 16.22: Tob 1,18), un Antíoco Epífanes (2Mac 8,4; 9,28; 10,34; Dan 7.8.25; 11.36), en que se inspira sin duda el retrato de Nabucodonosor en el libro de Judit (Jdt 9,7ss). Igualmente los edomitas que aplauden la ruina de Jerusalén (Ez 35.12s) y los paganos que insultan al ungido de Yahveh (Sal 89,51s). A éstos Dios mismo se reserva aplicarles el castigo merecido: Senaquerib perecerá por la espada (2Re 19,7.28.37) como Antíoco, la bestia satánica (Dan 7.26: 11,45; cf. 2Mac 9), y el país de Edom será reducido a un desierto (Ez 35,14s). Por lo demás, el pueblo de Dios debe guardarse de provocar él mismo las blasfemias de los paganos (Ez 36,20; Is 52,5), pues Dios tomaría venganza de tal profanación de su nombre.

NT.

1. El mismo drama se desarrolla en el NT en torno a la persona de Jesús. Él, que honra al Padre, es acusado por los judíos como blasfemo porque se dice Hijo de Dios (Jn 8,49.59; 10,31-36) y precisamente por eso será condenado a muerte (Mc 14,64 p; Jn 19,7). En realidad, esta misma ceguera es la que consuma el pecado de los judíos, pues deshonran al Hijo (Jn 8,49), y en la cruz lo abruman de blasfemias (Mc 15,29 p). Si sólo fuera esto un error sobre la identidad del Hijo del hombre, sería un pecado remisible (Mt 12,32) por razón de la ignorancia (Lc 23,34; Hech 3, 17; 13,27). Pero es un desconocimiento más grave, ya que los enemigos de Jesús atribuyen a Satán los signos que realiza por el Espíritu de Dios (Mt 12,24.28 p): hay, pues, blasfemia contra el Espíritu, que no se puede perdonar en este mundo ni en el otro (Mt 12,31s p) por ser una negativa voluntaria a la revelación divina.

2. El drama se prosigue ahora en torno a la Iglesia de Jesucristo. Pablo era un blasfemo cuando la perseguía (1Tim 1,13); luego, cuando predica el nombre de Jesús, se le oponen los judíos con blasfemias (Hech 13,45; 18,6). Su oposición conserva, pues, el mismo carácter que en el calvario. Pronto se le añade la hostilidad del imperio romano perseguidor, nueva manifestación de la bestia con la boca llena de blasfemias (Ap 13,1-6), nueva Babilonia ataviada con títulos blasfematorios (Ap 17,3). Finalmente, los falsos doctores, maestros de error, introducen la blasfemia hasta entre los fieles (2Tim 3,2; 2Pe 2,2.10.12), hasta el punto de ser a veces necesario entregarlos a Satán (1Tim 1,20). Las blasfemias de los hombres contra Dios caminan así hacia un paroxismo que coincidirá con la crisis final, pese a los signos anunciadores del juicio divino (Ap 16,9.11.21). Frente a esta situación, los cristianos se apartarán del ejemplo de los judíos infieles, “por cuya causa es blasfemado el nombre de Dios” (Rom 2,24). Evitarán todo lo que pudiera provocar los insultos de los paganos contra Dios o contra su palabra (1Tim 6,1; Tit 2,5). Su buena conducta debe inducir a los hombres a “glorificar al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

ALBERT DESCAMPS