Babel, Babilonia.

Babilonia, a diferencia de Egipto, que en el simbolismo bíblico tiene un significado ambiguo, figura siempre en la Biblia como un poder de mal, aunque Dios puede en ocasiones utilizarlo para realizar sus designios.

1. El signo de Babel.

Aún antes de que Israel entrara en relación directa con la gran ciudad de Mesopotamia, ésta se hallaba ya presente en el horizonte de la historia sagrada. Babel es, en efecto, el nombre hebreo de Babilonia, y la famosa torre de que habla el Génesis (11,1-9) no es otra cosa sino la torre de pisos, o ziggurat, de su gran templo. Esta torre, signo por excelencia de la idolatría babilónica, es presentada también como símbolo de la soberbia humana. Así la tradición bíblica relaciona la confusión de las lenguas con el signo de Babel: así castigó Dios a los hombres por su orgullosa idolatría.

2. El azote de Dios.

Sin embargo, a partir del siglo VII ejerce Babilonia un papel más directo en la historia sagrada. Es la hora en que los caldeos, que la han conquistado, piensan en arrebatar a Nínive el imperio del Medio Oriente. Potencia temerosa, que “hace de su fuerza su Dios” (Hab 1,11); pero Dios va a hacer que entre en su juego esta potencia. Babilonia contribuye así a ejecutar su juicio contra Nínive (Nah 2,2-3,19). Es el azote de Dios para Israel y para los reinos circundantes: Yahveh los ha entregado a todos en manos de Nabucodonosor, su rey, cuyo yugo deben llevar (Jer 27,1-28,17). Es el cáliz de oro con que Yahveh embriaga a los pueblos (Jer 25,15.29; 51,7). Es el martillo de que se sirve para machacar a la tierra entera (Jer 50,23; 51,20ss). Va sobre todo a ejecutar el juicio de Yahveh contra Judá (Jer 21,3-7): su tierra será el lugar de exilio y cautividad, donde recogerá Dios el resto de su pueblo (Jer 29,1-20). Dura realidad, que evocan los libros de los reyes (2Re 24-25); pero “junto a las riberas de Babilonia”, donde los cánticos ceden el puesto a los llantos (Sal 137), los judíos deportados conocen el sufrimiento purificador, que prepara las restauraciones futuras.

3. La ciudad del mal.

Este papel providencial de Babilonia no le impide ser la ciudad del mal por excelencia. Es cierto que, como las otras naciones, incluso como Nínive (Is 19,24; cf. Ion), está llamada a unirse un día al pueblo de Dios (Sal 87,4). Pero al igual que Nínive, se ha complacido en su propia fuerza (Is 47,7s.10; cf. 10,7-14). Se ha erguido ante Yahveh con soberbia e insolencia (Jer 50,29-32; cf. Is 14, 13s). Ha multiplicado los crímenes: hechicería (Is 47,12), idolatría (Is 46, 1; Jer 51,44-52), crueldades de toda suerte... Ha llegado a ser verdaderamente el templo de la malicia (Zac 5,5-11), la “ciudad de la nada” (Is 24,10[?]).

4. Salir de Babilonia.

Si el exilio era un justo castigo para Israel culpable, ahora, para el pequeño resto convertido por la prueba, es un destierro intolerable e incluso una morada peligrosa. Una vez pasados los 70 años predichos (número convencional: Jer 25,11; 29,10; 2Par 36,21), va, pues, a llegar el año de la remisión (Is 61,2; cf. Lev 25, 10). Esta liberación tan esperada es para el pueblo de Dios una “buena nueva” (Is 40,9; 52,7ss). Los exiliados son invitados a abandonar la malvada ciudad: “¡Salid de Babilonia!” (Is 48,20; Jer 50,8). ¡Fuera! ¡No toquéis nada impuro!” (Is 52, 11). Así van a salir de nuevo para Jerusalén, como en un nuevo éxodo. Momento cuyo solo recuerdo en los siglos venideros colmará los corazones de gozo (Sal 126,1s). Fecha importante, de la que Mateo hace una etapa hacia la era mesiánica (Mt 1,11s).

5. El juicio de Babilonia.

Al mismo tiempo que la historia sagrada toma así un nuevo sesgo, Babilonia, azote de Dios, pasa a su vez por la experiencia de los juicios divinos. Se ha formado el expediente contra la ciudad del mal. La sentencia es anunciada con júbilo por los profetas (Is 21,1-10; Jer 51,11s). Entonan sobre Babilonia irónicas lamentaciones (Is 47). Describen por adelantado su espantosa ruina (Is 13; Jer 50,12-28; 51,27-43). Será el día de Yahveh contra ella (Is 13,6...), la venganza de Yahveh contra sus dioses (Jer 51, 44-57).

La marcha triunfal de Ciro es como el pródromo de este acontecimiento (Is 41,1-5; 45,1-6); los ejércitos de Jerjes lo ejecutarán en 485, tanto que de Babilonia no quedará piedra sobre piedra (cf. quizá Is 24,7-18; 25,1-5). No obstante, seguirá viviendo en el recuerdo de los judíos como el tipo de la ciudad pagana condenada a la perdición, y su rey Nabucodonosor como el tipo del tirano soberbio y sacrílego (Dan 2-4; Jdt 1,1-12).

6. Permanencia del misterio de Babel.

La ciudad histórica de Babilonia cayó mucho antes del advenimiento del NT. Pero a través de ella el pueblo de Dios adquirió conciencia de un misterio de iniquidad, que está constantemente en acción aquí en la tierra: Babilonia y Jerusalén, erguidas una frente a otra, son las dos ciudades entre las que se reparten los hombres, la ciudad de Dios y la ciudad de Satán. Ahora bien, la Iglesia primitiva se dio rápidamente cuenta de que también ella se veía empeñada en este mismo drama de las dos ciudades. Frente a la nueva Jerusalén (Gál 4,26; Ap 21), Babilonia continúa irguiéndose a cada instante. A partir de la persecución de Nerón adopta el semblante concreto de la Roma imperial (1Pe 5,13). El Apocalipsis la describe en este sentido como la famosa prostituta, sentada sobre una bestia escarlata, ebria de la sangre de los santos (Ap 17). Hace causa común con el dragón, que es Satán, y la bestia, que es el anticristo. Así el pueblo de Dios es invitado a esquivarla (Ap 18,4), pues su juicio está próximo: Babilonia la grande va a caer (Ap 18,1-8), y las naciones enemigas de Dios se lamentarán por ella, mientras que el cielo resonará en aclamaciones (Ap 18,9-19,10). Tal es la suerte reservada finalmente a la ciudad del mal; toda catástrofe histórica que alcanza a los imperios terrenales erigidos contra Dios y contra su Iglesia es una actualización de este juicio divino. Los oráculos contra Babilonia conservados en el AT hallan en esta perspectiva su cumplimiento escatológico: quedan suspendidos como una amenaza sobre las naciones pecadoras que encarnan de siglo en siglo el misterio de Babilonia.

JEAN AUDUSSEAU y PIERRE GRELOT