Gustar.

Gustar es a veces tomar un alimento (Ion 3,7; Col 2,21), pero es ante todo apreciar los sabores en todos los planos de nuestra experiencia (2Sa 19, 36). La Biblia lo aplica al discernimiento de las virtudes morales y al conocimiento sabroso de Dios y de Cristo, delicias de nuestra vida acá abajo y en el cielo.

1. El discernimiento.

El gusto engloba diversas formas de la sabiduría: destreza (1Sa 25,33), tacto (Prov 11,22), madurez de juicio (Prov 26,16). Al mismo tiempo que don de Dios (Sal 119,66), que puede volver a retirarlo (Job 12,20), es fruto de la edad y de la experiencia (Job 12, lls). Orienta la conducta del hombre en los terrenos más prácticos (Prov 31,18); sin embargo, su forma superior, el discernimiento del bien y del mal, no es un valor simplemente moral, sino ya religioso, a base de fe (Sal 119,66), y culmina en el atractivo hacia la palabra de Dios, que se halla suave (Ez 3,3), y hacia sus mandamientos (Sal 119,16: Rom 7,22).

2. La experiencia religiosa.

Más allá del discernimiento de la sabiduría se halla la experiencia vivida del amor que Dios nos tiene. Las bendiciones temporales forman las delicias del justo del AT que obedece a la ley divina (Neh 9,25; Is 55,2). Saborea las delicias infinitamente variadas del maná (Sab 16,20s), experimenta cuán bueno es el Señor (Sal 34,9) y se adhiere a él como a su único tesoro (Job 22,26).

En el NT toda la vida del bautizado es unión con Cristo resucitado, pero la recepción del bautismo comporta la experiencia sabrosa de tener definitivamente acceso a los bienes celestes de la salvación: la participación en el Espíritu Santo, la palabra del Evangelio asimilada por la fe, las manifestaciones del poder de Dios que crea ya el mundo nuevo (Heb 6,4s). Todo esto es la prenda sobreeminente de la bondad de Dios (1Pe 2,3). Esta dulzura nos viene de la amargura de la muerte que gustó Jesús (Heb 2,9) para ahorrarnos el gusto de la muerte eterna (Jn 8,52). Es un gusto anticipado de la bienaventuranza (Ap 2,17).

PIERRE SANDEVOIR