Imposición de manos.
La mano es, juntamente con la palabra, uno de los medios más expresivos del lenguaje del hombre; de por sí, la mano simboliza ordinariamente el poder (Éx 14,31; Sal 19, 2) y hasta el Espíritu de Dios (1Re 18,46; Is 8,11; Ez 1,3; 3,22). Imponer las manos sobre alguien es más que levantarlas en alto, aunque sea para bendecir (Lev 9,22; Lc 24, 50); es tocar realmente al otro y comunicarle algo de uno mismo.
AT.
La imposición de manos, signo de bendición, expresa con realismo el carácter de la bendición, que no es meramente palabra, sino acto. Así Jacob transmite a toda su posteridad la riqueza de bendición que él mismo ha recibido de sus antepasados, Abraham e Isaac: “¡Crezcan y multiplíquense sobre la tierra!” (Gén 48,13-16).
La imposición de manos, signo de consagración, indica que el Espíritu de Dios pone aparte a un ser que él se ha escogido, que toma posesión de él, que le da autoridad y aptitud para ejercer una función. Así se pone aparte a los levitas, como a una ofrenda sagrada (Núm 8,10); así el Espíritu de sabiduría llena a Josué (Dt 34,9), disponiéndolo a desempeñar el cargo de jefe del pueblo con plenos poderes (Núm 27,15-23).
La imposición de manos, símbolo de identificación, establece una unión entre el que ofrece una víctima en sacrificio y la víctima misma: ésta es consagrada a Dios, encargada de tomar sobre sí los sentimientos del oferente, acción de gracias, pesar del pecado o adoración; así en los sacrificios de expiación (Lev 1,4), de comunión (3,2), por el pecado (4,4), o también en la consagración de los levitas (Núm 8,16). En el rito del macho cabrío emisario el día de la expiación, hay todavía identificación con el animal, pero no hay consagración. Por la imposición de las manos comunica Israel al animal sus pecados; éste, ahora impuro, no puede ser ofrecido a Yahveh en sacrificio y es expulsado al desierto (Lev 16,21s).
NT.
1. En la vida de Jesús.
En signo de bendición impuso Jesús las manos a los niños pequeños (Mc l0, 16), confiriéndoles la bienaventuranza que anunciaba a los pobres (Mt 5,3), obteniendo de su Padre los frutos de su propia “oración” (Mt 19. 13). La imposición de las manos es también signo de liberación. En efecto, por este gesto cura Jesús a los enfermos: “Mujer, ya estás limpia de tu enfermedad”, dijo a la mujer encorvada, luego le impuso las manos, y ella se enderezó en el mismo instante (Lc 13,13). Iguagesto para la curación del ciego de Betsaida (Mc 8,23ss), o para cada uno de los numerosos enfermos que acudían a la puesta del sol (Lc 4,40).
2. En la vida de la Iglesia.
Según la promesa del resucitado, los discípulos “impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán curados” (Mc 16.18). Así Ananías devuelve con este gesto la vista a Saulo convertido (Hech 9,12), y Pablo a su vez restituye la salud al gobernador de Malta (28.8). Juntamente con este signo de liberación, la imposición de las manos se practica ya en la Iglesia naciente corno signo de consagración. Por ella se transmiten los dones divinos y principalmente el don del Espíritu Santo. Así Pedro y Juan confirmaron a los samaritanos que no lo habían recibido todavía (Hech 8,17); Pablo hizo lo mismo a las gentes de Éfeso (19,6). Simón Mago había quedado tan asombrado ante el poder de este gesto que había querido comprar aquel poder con dinero (8,18s). Así pues, este gesto aparece como un signo visible portador de una potente realidad divina.
Finalmente, por este mismo gesto transmite la Iglesia un poder espiritual adaptado a una misión precisa, ordenada a determinadas funciones: tal sucede en la institución de los siete (6,6) consagrados por los apóstoles, o en el envío de Pablo y de Bernabé (13,3). Pablo a su vez impone las manos a Timoteo (2Tim 1,6s; cf. 1Tim 4,14), y Timoteo repetirá este gesto sobre los que escoja para el ministerio (1Tim 5,22). Así la Iglesia continúa imponiendo las manos en sentidos precisados cada vez por una fórmula; y este gesto es portador de los dones del Espíritu.
JEAN-BAPTISTE BRUNON