Israel.

AT.

Israel (probablemente “Dios lucha”, “Dios es fuerte”) designa en el AT ya a un pueblo, ya a su antepasado epónimo, identificado con el patriarca Jacob (Gén 35,10.20s; 43, 8; 50,2, etc.). La anécdota que explica la dualidad de nombres del patriarca se funda en una etimología popular: Israel = “luchó contra Dios” (Gén 32,29; Os 12,4).

1. Israel, pueblo de la alianza.

a) Israel, nombre sagrado.

Israel no es sólo una designación étnica, como Edom, Aram, Moab. Es un nombre sagrado, el nombre del puehlo de la alianza. Éste forma la “comunidad de Israel” (Éx 12,3.6), y como a tal se le dirigen los discursos del Deuteronomio (“!Escucha, Israel!...”, Dt 5,1; 6,4; 9,1; cf. Sal 50,7; 81,9) como las promesas proféticas (Is 41,8; 43,1; 44,1; 48,1).

b) Israel, pueblo de las doce tribus.

Israel tiene como estructura nacional fundamental a las doce tribus que llevan el nombre de los doce hijos de Jacob, respectivamente, y esto desde la conclusión de la alianza (Éx 24,4). Si la lista de las tribus conoció variaciones menores (comp. Gén 49, Dt 33, Jue 5, Ap 7,5...), su número es una cifra sagrada, en relación con el servicio cultual durante los doce meses del año. Tal es la primera forma histórica que adoptó acá abajo el pueblo de Dios.

c) Yahveh Dios de Israel e Israel pueblo de Yahveh.

Por la alianza se ligó Dios en cierto modo con Israel: él es el Dios (Is 17,6; Jer 7,3); Ez 8,4), el santo (Is 1,4; 44,14; Sal 89,19), el fuerte (Is 1,25), la roca (Is 30,29), el rey (Is 43,15), el redentor (Is 44,6) de Israel. El Dios de la revelación entra así en la historia de las religiones como el Dios particular de Israel. Por su parte, sólo a Israel elige para hacerlo depositario de su designio de salvación. También en este sentido son significativos los títulos dados a Israel: es el pueblo de Yahveh (Is 1,3; Am 7,8; Jer 12,14; Ez 14,9; Sal 50,7), su servidor (Is 44,21), su elegido (Is 45,4), su hijo primogénito (Éx 4,22; Os 11,1), su bien sagrado (Jer 2,3), su herencia (Is 19, 25), su rebaño (Sal 95,7), su viña (Is 5,7), su posesión (Sal 114,2), su esposa (Os 2,4)... Israel no pertenece por tanto sólo a la historia política de la humanidad: se halla por elección divina en el centro de la historia sagrada.

2. Israel y Judá.

a) La dualidad política de Israel.

La liga sagrada de las doce tribus recubría una dualidad política, claramente percibida en la época de la monarquía: David es sucesivamente rey de Judá, en el Sur, y luego de Israel en el Norte (2Sa 2,4; 5,3). A la muerte de Salomón se separa Israel de la casa de David (1Re 12, 19) al grito de: “¡A tus tiendas, Israel!” (2Re 12,16; cf. 2Sa 20,1). Así el pueblo de Dios se fracciona. El lenguaje de los profetas, adaptándose a un estado de hecho contrario a la doctrina de la alianza, distingue desde ahora a Judá de Israel, identificado con frecuencia con Efraím, tribu dominante del Norte (Am 2,4; Os 4,15s; Is 9,7...; Miq 1,5; Jer 3,6ss).

b) Israel y el judaísmo.

Después de la ruina de Samaria se convierte Judá en el centro de reagrupamiento de todo Israel (2Re 23,19...; 2Par 30,1ss), y después de la ruina de Jerusalén se busca en la antigua liga de las doce tribus la imagen ideal de la restauración nacional. El papel preponderante de Judá en esta restauración explica que en adelante se diera el nombre de judíos a los miembros del pueblo disperso, y el de judaísmo a la institución que los agrupa (Gál 1,13s). Pero al mismo tiempo el nombre de Israel recubre exclusivamente su valor sagrado (Neh 9,1s; Eclo 36,11; cf. Mt 2,20s; Hech 13,17; In 3,10).

3. La promesa de un nuevo Israel.

En efecto, los oráculos escatológicos de los profetas anunciaron en el futuro de Israel un retorno a la unidad original: reunión de Israel y de Judá (Ez 37,15.:.), agrupación de los israelitas dispersos pertenecientes a las doce tribus (Jer 3,18; 31,1; Ez 36,24...; 37,21...; Is 27,12). Es éste un tema fundamental de la esperanza judía (Eclo 36,10). Pero el beneficio de estas promesas está reservado a un resto de Israel (Is 10,20; 46,3; Miq 2,12; Jer 31,7); con este resto hará Yahveh un nuevo Israel, al que liberará (Jer 30,10) y volverá a instalar en su tierra (31,2), al que dará una nueva alianza (31,31) y un nuevo rey (33,17). Entonces Israel vendrá a ser el centro de agrupación de las naciones (Is 19,24s): éstas, habiendo reconocido en él la presencia del verdadero Dios (45,15), se volverán hacia él: su conversión coincidirá con la salvación (45,17) y la gloria de Israel (45,25).

NT.

1. El Evangelio y el antiguo Israel.

El orden providencial de las cosas quiso que el acontecimiento de la salvación se realizara en Israel y que Israel, como pueblo de la Alianza, recibiera su primer anuncio. Tal es ya el fin del bautismo de Juan (Jn 1,31). En vida de Jesús la misión del Salvador, como la de los discípulos, se restringe todavía a sólo Israel (Mt 10,623; 15,24). Después de su resurrección. la buena nueva se notifica en primer lugar a Israel (Hech 2,36; 4,10). En efecto, Israel y las naciones que han participado juntos en el drama de la pasión (4,27), están, sí, llamados a la fe sin distinción (9,15), pero siguiendo cierto orden: primero los judíos, que son “israelitas” por nacimiento (Rom 9,4), luego todos los demás (cf. Rom 1,16: 2.9s: Hech 13, 46). En efecto, la salvación aportada por el Evangelio colma la esperanza de los que aguardan la consolación de Israel (Lc 2,25), la salvación de Israel (Lc 24,21), la restauración de la realeza para Israel (Hech 1,6); por medio de Jesús ha venido Dios a socorrer a Israel (Lc 1,54). a usar con él de misericordia (Lc 1,68), a otorgarle la conversión y la remisión de los pecado. (Hech 5, 31); Jesús es la gloria de Israel (Lc 2,32), su rey (Mt 27,42 p: Jn 1,49; 12,13), su salvador (Aet 13, 23s); la nueva esperanza fundada en su resurrección no es otra cosa sino la esperanza misma de Israel (Hech 28,20). En una palabra, Israel constituye el nexo orgánico que vincula la realización de la salvación a toda la historia humana.

2. El nuevo Israel.

Sin embargo, desde Jesús, apareció en la tierra el nuevo Israel que anunciaban las promesas proféticas. Para hacer de él una institución positiva escogió Jesús doce apóstoles, modelando así su Iglesia según el patrón del antiguo Israel formado de doce tribus; así también sus apóstoles juzgarán a las doce tribus de Israel (Mt 19, 28 p). Esta Iglesia es el Israel escatológico, al que Dios reservaba la nueva alianza (Heb 8,8ss): en ella se verifica la agrupación de los elegidos, escogidos en las doce tribus (Ap 7,4); como ciudad santa que reposa sobre el fundamento de los doce apóstoles, lleva los nombres de las doce tribus grabados en sus puertas (Ap 21,12: cf. Ez 48,31-34).

3. El Israel antiguo y el nuevo Israel.

La Iglesia, nuevo Israel, realiza, pues, el Israel antiguo. A éste se pertenecía por nacimiento (Flp 3, 5), y los paganos estaban excluidos de su ciudadanía (Ef 2,12); ya no es suficiente pertenecer. a este “[srael según la carne” (1Cor 10,18) para pertenecer al “Israel de Dios” (Gál 6,16). Pues “no todos los descendientes de Israel son Israel” (Rom 9,6). Frente a Jesús y al Evangelio se opera una selección (cf. Lc 2,34s): caída de los unos que, buscando la justicia de la ley, se endurecen cuando se les anuncia la justicia de la fe (Rom 9,31; 11,17); resurgimiento de los otros, los “verdaderos israelitas” (Jn 1.48), que constituyen el resto de Israel anunciado por las Escrituras (Rom 9,27ss), y a los que se unen en el Israel nuevo los paganos convertidos. No ya que el antiguo Israel haya sido desechado definitivamente; pero en el momento en que se manifestaba su incomprensión del Evangelio, quiso Dios suscitar sus celos (Rom 10, 19). Cuando se haya convertido la masa de los paganos, cesará el endurecimiento parcial de Israel, “y así todo Israel será salvo” (Rom 11,26): pertenecerá de nuevo al Israel espiritual, que gracias a él ha entrado en la salvación.

PIERRE GRELOT