Lámpara.

Por su luz significa la lámpara una presencia viva, la de Dios, la del hombre.

1. La lámpara, símbolo de la presencia divina.

“Tú eres, Yahveh, mi lámpara” (2Sa 22,29). Con esta exclamación proclama el salmista que sólo Dios puede dar luz y vida. ¿No es el creador del espíritu que hay en el hombre, como “una lámpara de Yahveh” (Prov 20,27)? ¿No ilumina como con una lámpara el camino del creyente con su palabra (Sal 119,105), con sus mandamientos (Prov 6,23)? ¿No son las Escrituras proféticas “una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que comience a despuntar el día y salga en nuestros corazones el astro de la mañana” (2Pe 1,19)? Cuando venga este día supremo, ya no habrá más “noche; los elegidos no tendrán necesidad de lámpara o de sol para alumbrarse”, porque “el cordero les servirá de luminar” (Ap 22,5; 21,23).

2. La lámpara, símbolo de la presencia humana.

El simbolismo de la lámpara se descubre en el plano más humilde de la presencia humana. A David promete Yahveh una lámpara, es decir, una descendencia perpetua (2Re 8,19; IRe 11,36; 15, 4). Por el contrario. si el país es infiel, amenaza Dios con hacer desaparecer “la luz de la lámpara” (Jer 25,10): entonces ya no habrá felicidad duradera para el malvado, cuya lámpara se extingue pronto (Prov 13,9; Job 18,5s).

Israel, para significar su fidelidad a Dios y la continuidad de su oración, hace arder perpetuamente una lámpara en el santuario (Éx 27,20ss; 1Sa 3,3); dejar que se extinga sería dar a entender a Dios que se le abandona (2Par 29,7). Viceversa, dichosos los que velan en espera del Señor. como las vírgenes sensatas (Mt 25,1-8) o el servidor fiel (Lc 12,35), cuyas lámparas se mantienen encendidas.

Dios aguarda todavía más de su fiel: en lugar de dejar la lámpara bajo el celemín (Mt 5,15s p), él mismo debe brillar como un foco de luz en medio de un mundo pervertido (Flp 2,15), como en otro tiempo el profeta Elías, cuya “palabra ardía como una antorcha” (Eclo 48, 1), o como Juan Bautista, “lámpara que ardía y lucía” (In 5,35) para dar testimonio de la verdadera luz (1,7s). Así la Iglesia, fundada sobre Pedro y Pablo, “Los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la tierra” (Ap 11,4), debe hacer irradiar hasta el fin de los tiempos la gloria del Hijo del hombre (1,12s).

JEAN-BAPTISTE BRUNON