Lepra.
Con la lepra propiamente dicha (negas', palabra que significa en primer lugar “llaga, golpe”) reúne la Biblia bajo diferentes nombres diversas afecciones cutáneas particularmente contagiosas e incluso el moho de los vestidos y de las paredes (Lev 13, 47...; 14,33...).
1. La lepra, impureza y castigo divino.
Para la ley es la lepra una impureza contagiosa; así el leproso es excluido de la comunidad hasta su curación y su purificación ritual, que exige un sacrificio por el pecado (Lev 13-14). Esta lepra es la “plaga” por excelencia con que Dios hiere (haga') a los pecadores. A Israel se le amenaza con ella (Dt 28, 27.35). Los egipcios son víctimas de la misma (Éx 9,9ss), así como Miriam (Núm 12,10-15) y Ozías (2Par 26,19-23). Es, pues, en principio signo del pecado. Sin embargo, si el siervo doliente es herido (nagua'); Vulg. leprosum) por Dios de modo que las gentes se apartan de él como de un leproso, es que, aunque inocente, carga con los pecados de los hombres, que serán sanados por sus llagas (Is 53,3-12; cf. Sal 73,14).
2. La curación de los leprosos.
Puede ser natural, pero puede también producirse por milagro, como la de Naamán en las aguas del Jordán (2Re 5), signo de la benevolencia divina y del poder profético. Cuando Jesús cura a los leprosos (Mt 8,1-4 p; Lc 17,11-19), triunfa de la llaga por excelencia; cura de ella a los hombres, cuyas enfermedades toma sobre sí (Mt 8,17). Purificando a los leprosos y reintegrándolos a la comunidad, cancela con un gesto milagroso la separación entre puro e impuro. Si todavía prescribe las ofrendas legales, lo hace a título de testimonio: de esta manera los sacerdotes comprobarán su respeto a la ley al mismo tiempo que su poder milagroso. Junto con otras curaciones, la de los leprosos es, por tanto, un signo de que él es sin duda “el que ha de venir” (Mt 11,5 p). Así los doce, enviados por él en misión, reciben la orden y el poder de mostrar con este signo que el reino de Dios está presente (Mt 10,8).
PIERRE GRELOT