Lomos y riñones.
Estos términos traducen con frecuencia el vigor físico del hombre (1Re 12,10), su potencia procreadora, y designan la región de la cintura, de las caderas, o el centro de las funciones procreadoras (2Sa 7,12: Sal 132,11; Heb 7,5.10). Designa también el centro o la fuente de las pasiones, de los pensamientos secretos, de los sentimientos (Sal 72,21; Ap 2,23). De ahí dos series de significados, una que es llamada a la acción, otra que es un recuerdo del poder de Dios sobre nuestra personalidad más oculta.
1. En la región lumbar se concentra el vigor del hombre. Así como para el viaje o para la lucha hay que atarse a la cintura túnica, vestidos, saco, taparrabo (1Re 20,31; Mt 3.4) o armas (2Sa 20,8), del mismo modo para el servicio de Dios precisa tener los lomos ceñidos. Entonces estarán los hebreos prontos para el éxodo (Éx 12,11); Jeremías debe estar dispuesto a la lucha (Jer 1,17); la mujer fuerte está siempre dispuesta al trabajo (Prov 31,17); el Mesías tendrá por fuerza la justicia y la fidelidad (Is 11,5); el discípulo de Jesús debe tener ceñidos ios lomos y encendida la lámpara (Lc 12,35); al cristiano se Je exhorta a luchar teniendo “por cinturón la verdad, y la justicia por coraza” (Ef 6,14). Y san Pedro concluye: “Ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed vigilantes” (1Pe 1,13).
2. En los riñones, órganos internos, se dejan sentir las reacciones profundas: allí se forman los designios ocultos, se encienden las pasiones violentas. Pueden saltar de gozo en el maestro que oye hablar bien al discípulo (Prov 23,16), estremecerse ante la apostasía (1Mac 2,24), quedar traspasados por la prueba (Job 16, 13). El que los formó (Sal 139,13) puede instruir a través de ellos la conciencia del hombre en oración (Sal 16,7). Los riñones, asociados ordinariamente al corazón, designan una región que se sustrae a las miradas del hombre y se distingue de lo perceptible. Sólo Dios “sondea los riñones y los corazones” (Sal 7,10: Jer 11,20; Ap 2,23), como también Jesús que sabe lo que hay en el hombre (Jn 2,25): Sólo Dios penetra en el fondo del ser. Jeremías, el profeta de la vida interior, así como el salmista no temen ser sometidos a examen por la mirada divina: “Escudríñame, Yahveh, pruébame, pasa por el fuego mis riñones y mi corazón” (Sal 26,2; Jer 17,10; 20.12) porque sanen que, a dtterencia de sus enemigos, sus riñones profieren lo que dicen sus labios (Jer 12,2s). Dios oye las palabras, pero es también “testigo de los riñones y vigilante verídico del corazón” (Sab 1,6). Así también la liturgia nos hace orar con este mismo espíritu: “Abrasad, Señor, nuestros riñones y nuestros corazones en el fuego del Espíritu Santo.”
RÉNÉ FEUILLET