Melquisedec.
Melquisedec aparece en la Biblia como protector de Abraham, como predecesor de David y como retrato anticipado de Jesús.
1. Melquisedec y Abraham (Gén 14).
Melquisedec, rey y por tanto sacerdote de Salem (a la que el Sal 76,3 identifica con Jerusalén) ofrece a Abraham una comida de pan y de vino, rito de alianza (Gén 31, 44-46; Jos 9,12-15); pronuncia sobre Abraham una bendición; recibe de Abraham un tributo a cambio de su protección.
Estos gestos se realizan delante de El `Elyón, el Dios Altísimo, dios ancestral de los clanes semitas, al que Melquisedec considera por lo menos como el dios supremo, y Abraham como el Dios único. El papel principal es desempeñado aquí por Melquisedec, sacerdote no hebreo; delante de él, Abraham el hebreo, antepasado de los sacerdotes levíticos, sólo ocupa un puesto inferior. La exégesis rabínica tratará de hacerlo olvidar; la exégesis cristiana lo recordará.
2. Melquisedec y David (Sal 110).
Cuando David se establece en Jerusalén, practica allí una política de asimilación. El Sal 110 presenta al rey israelita como el continuador del prestigioso Melquisedec. Yahveh juró a su ungido: en tanto que rey de Jerusalén, “tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec”. La expresión, hiperbólica en el caso de los mesías efímeros, será verdadera en el caso del Mesías último, hacia el cual el salmo 110 orientará después del exilio la espera de Israel. En efecto, los que lo leen imaginan ver surgir un salvador que reúna en su persona sacerdocio y realeza.
Hubo profetas que anunciaron que en los tiempos venideros sc verían asociados el poder real y el poder sacerdotal (Jer 33,14-22; Zac 3-6). Algunos reivindicaron la realeza para el sumo sacerdote: esto fue una realidad para los macabeos (1Mac 10, 20.65; 14, 41.47); fue una esperanza para los redactores judíos de los “Testamentos de los doce patriarcas” (sobre todo Test. de Leví). Otros, por el contrario, fieles a la orientación esbozada por Melquisedec y David, prefirieron atribuir al futuro rey el sacerdocio soberano. En realidad, la estrecha unión de una realeza purificada y de un sacerdocio auténtico no se verá realizada sino en Jesucristo.
3. Melquisedec y Jesús (Heb 7; cf. 5,6-10; 6,20).
Jesús, hombre, desciende, no sólo de Abraham, sino primeramente de Adán (Lc 3,23-38). Según la carta a los Hebreos Jesús, sacerdote, ejerce el sacerdocio .perfecto que no se vincula al de Leví (por lo demás, Jesús es de la tribu de Judá), sino que realiza el sacerdocio real del Mesías davídico, sucesor de Melquisedec (Sal 110). Ya en el Génesis, este sacerdote-rey aparece como superior a los sacerdotes levíticos, puesto que en la persona de su antepasado Abraham vio a los hijos de Leví inclinarse respetuosamente delante de él, recibir su bendición y pagarle tributo.
Por otra parte, el personaje, el nombre, los títulos de Melquisedec esbozan en cierto modo los rasgos de Jesús. Aparecido “sin comienzo ni fin”, prefigura a Cristo, sacerdote eterno.
Su nombre Melquisedec significa: “Mi rey es justicia”; rey de Salero equivale casi a rey de salóm, es decir, rey de paz. Ahora bien, ¿no aporta Jesús al mundo la justicia y la paz? El juramento solemne de Sal 110 no concierne a los sacerdotes levíticos, pecadores, mortales y por tanto múltiples, que se suceden de una generación a otra, y ministros de una alianza caducada; se dirige al rey-sacerdote, al verdadero Hijo de David, a Jesús, inocente, inmortal y por tanto único, ministro de una nueva alianza definitiva, significada por el pan y el vino, como lo había sido otrora el pacto de Melquisedec.
Así Melquisedec, extranjero a Israel, miembro de las “naciones”, pero personaje religioso, “autodidacta del conocimiento de Dios” (Filón), poderoso amigo de Abraham, incorporado por David, figura de Jesús, conoció una promoción extraordinaria.
Tiene su nombre en el ritual (consagración de los altares) y en el misal romano (oración eucarística). Es el testigo del universalismo de los designios de Dios, que para conducirnos a Cristo se sirvió no sólo de Israel, sino también de las naciones.