Misterio.

El término griego mysterion no aparece en la Biblia griega sino en algunos libros tardíos (Tob, Jdt, Sab, Eclo, Dan, 2Mac); tiene como trasfondo el arameo rdz, que designa una “cosa secreta” y corresponde también al hebreo clásico sód (empleado todavía en Qumrán). En el NT esta palabra es ya un término técnico de teología. Pero como se usaba ampliamente en el ambiente helenístico (filosofía, cultos “de misterios”, gnosis, magia), importa fijar con exactitud su sentido para evitar las interpretaciones inexactas.

AT.

1. La revelación de los secretos de Dios.

La idea de los secretos de Dios es familiar desde hace mucho tiempo para Israel. Estos secretos atañen particularmente al designio de salvación que realiza Dios en la historia humana y que forma el objeto de la revelación: “,Hace Dios alguna cosa sin revelar su secreto (s5d) a sus siervos, los profetas?” (Am 3,7; cf. Núm 24,4.16). De esta doctrina clásica está lleno en particular el segundo Isaías: el destino histórico de Israel responde al plan divino revelado de antemano por la palabra profética, y es lo que asegura la venida de la salvación al final de los tiempos (Is 41,21-28). Tal es el antecedente de la noción técnica y religiosa de “misterio”, que atestiguan paralelamente Daniel y el libro de la Sabiduría.

2. Daniel y el Libro de la Sabiduría.

a) El libro de Daniel es un apocalipsis, es decir, una revelación de 18s.27s.47; 4,6). Estos secretos no los “secretos” divinos (rdz: Dan 2) son, como en otras obras apócrifas, los de la creación; atañen a lo que se realiza en el tiempo, bajo la forma de una historia seguida, orientada hacia un fin; con otras palabras: los misterios del designio de salvación.

Estos secretos están inscritos en el cielo y se cumplirán de forma infalible; así Dios puede revelarlos en sueños, en visiones, o por intermedio de los ángeles (cf. 2; 4; 5: 7; 8; 19-12). No hay sabiduría humana que pueda dar tal conocimiento del porvenir; pero Dios es “la revelación de los misterios” (2,28.47). Da a conocer por adelantado “lo que debe suceder al fin de los días” (2, 28); y si sus revelaciones enigmáticas son incomprensibles a los hombres, él da a algunos privilegiados una sabiduría (cf. 5,11), un espíritu extraordinario, gracias a los cuales “ningún misterio los embaraza” (4,6). Lo que así revela son sus juicios, que son el preludio de la salvación. Por lo demás, hace tiempo que este objeto se halla encerrado en las Escrituras proféticas: a Daniel que escrudriña el Libro de Jeremías viene Grabiel a descubrirle el misterioso significado del oráculo de las Semanas (Dan 9), Así pues, las Escrituras se tratan aquí de la misma manera que los sueños o las visiones, que, por lo demás, traducen en símbolos enigmáticos los secretos designios de Dios.

b) El libro de la Sabiduría no ignora la existencia de “misterios” en los cultos del paganismo (Sab 14,15. 23). Pero, en conformidad con el libro de Daniel, aplica el término a las realidades transcendentes que son objeto de la revelación: los secretos de Dios en la remuneración de los justos (2,22), los secretos relativos al origen de la sabiduría divina (6, 22). Estos misterios son de orden soteriológico (el “mundo venidero”, término del designio de salvación) y teológico (el ser íntimo de Dios). Corresponden, pues, a los que tratan los autores de apocalipsis.

3. El judaísmo extrablíblico.

a) Apocalipsis apócrifos.  En la literatura apócrifa se supone que Enoc, como Daniel, “conoce los secretos de los santos” (1En 106,9): ha leído las tabletas del cielo, en que están escritos todos los acontecimientos del futuro, y así ha aprendido el misterio del destino final de los justos (103,2ss) y de los pecadores (104. 10). El misterio es, pues, aquí la realización escatológica del designio de Dios, noción que conservarán todavía los apocalipsis de Esdras y de Baruc.

b) Los textos de Qumrán dan igualmente gran importancia al conocimiento de este “misterio venidero” que tendrá lugar en el día de la visita” y determinará la suerte de los justos y de los pecadores. Buscan su descripciótt en las Escrituras proféticas, cuya explicación les ha proporcionado el maestro de justicia, pues “Dios le ha dado a conocer todos los misterios de las palabras de sus servidores, los profetas” (cf. Dan 9). Se trata de una exégesis inspirada que equivale a una nueva revelación: “los últimos tiempos serán más largos que todo lo que han predicho los profetas, pues los misterios de Dios son maravillosos”. Pero esta revelación está reservada a los que caminan “en la perfección de la vía”: revelación esotérica que no se debe comunicar a los malos a los hombres de fuera.

NT.

1. LA ENSEÑANZA DE JESÚS.

Los sinópticos emplean sólo una vez la palabra mysterion; el Evangelio de Juan, nunca. “A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios, pero para los de fuera todo sucede en parábolas” (Mc 4,11 p). Así responde Jesús a los discípulos que le interrogan sobre el sentido de la parábola del sembrador. Distingue en su auditorio a los que pueden oír el misterio y a “los de fuera”, que por su dureza de corazón no pueden comprenderlo, según la palabra de Isaías 6,9s (Mc 4,12 p). Para éstos la venida del reino es un enigma, cuya enseñanza en parábolas no revela la clave. Pero a los discípulos “es dado el misterio” y las parábolas les son explicadas. El misterio en cuestión es, pues, el advenimiento del reino, conforme al designio de Dios testimoniado por las antiguas profecías: Jesús vuelve aquí a un tema central de los apocalipsis judíos. Su propia obra consiste en instaurar el reino acá abajo y en revelar en su plenitud los secretos divinos que le atañen y que “estaban ocultos desde la fundación del mundo” (Mt 13,35). Con él queda acabada la revelación, puesto que se cumplen las promesas: el misterio del reino está presente acá en la tierra en su persona. Pero por eso mismo la humanidad se divide en dos: los discípulos lo acogen; “los de fuera” le cierran el corazón. La proclamación del misterio no es por tanto esotérica (cf. Mc 1,15 p; 4,15 p); sin embargo, el velo de las parábolas no se descorre sino para los que pueden oírle (cf. Mt 13,9.43). Aun para éstos, entrar en el misterio no es cuestión de inteligencia humana; es un don de Dios.

II. LA ENSEÑANZA DE SAN PABLO.

Hay que situarse en la misma perspectiva - la del apocalipsis judío - para comprender los usos de la palabra nrysterion en san Pablo. Esta palabra, en efecto, sugiere una realidad profunda, inexplicable; abre un resquicio hacia el infinito. El objeto que designa no es otro que el del Evangelio: la realización de la salvación por la muerte y la resurrección de Cristo, su implantación en la historia por la proclamación de la palabra. Pero este objeto es caracterizado como un secreto divino, inaccesible a la inteligencia humana fuera de la revelación (cf. 1Cor 14,2). La palabra conserva así su resonancia escatológica: pero se aplica a las etapas sucesivas a través de las cuales se realiza la salvación anunciada: la venida de Jesús a la tierra, el , tiempo de la Iglesia, la consumación de los siglos. Tal es el misterio cuyo conocimiento y contemplación constituyen en parte el ideal de todo cristiano (Col 2,2; Ef 1,15s; 3,18s).

1. El despliegue del misterio en el tiempo.

En las primeras cartas (2Tes, 1Cor, Rom) se enfocan sucesivamente estos diversos aspectos del misterio. Hay identidad entre “el anuncio del misterio de Dios” (1Cor 2,1, según ciertos manuscritos) y la proclamación del Evangelio (1,17) de Jesús crucificado (cf. 1,23; 2,2). Tal es el objeto del mensaje aportado por Pablo a los corintios, escándalo para los judíos y locura para los griegos, pero sabiduría para los que creen (1,23s). Esta sabiduría divina in mysterio (2,7) estaba hasta entonces oculta; ninguno de los príncipes de este mundo la había reconocido (2,8s); pero nos ha sido revelada por el Espíritu que escruta hasta las profundidades de Dios (2,10ss). Inaccesible al hombre psíquico abandonado a sus solas fuerzas naturales, es inteligible para el hambre espiritual, al que la enseña el Espíritu (2,15). Sin embargo, sólo a los “perfectos” (cf. 2,6), no ya a los neófitos (3,1s), puede el Apóstol, “dispensador de los misterios de Dios” (4,1), “expresar en términos de espíritu realidades de espíritu” (2,13), de modo que comprendan todos los dones de gracia (2,12) encerrados en este misterio. El Evangelio se da a todos, pero los cristianos son llamados a profundizar progresivamente su conocimiento.

Ahora bien, este misterio, actualmente en acción acá en la tierra para la salvación de los creyentes, está en lucha con un “misterio de iniquidad” (2Tes 2,7), es decir, con la acción de Satán que culminará en la manifestación del anticristo. Su despliegue en la historia se hace por vías paradójicas; así fue necesario el endurecimiento de una parte de Israel para que pudiera salvarse la masa de los paganos (Rom 11,25): misterio de la incomprensible sabiduría divina (11,33) que ha hecho que fuera para bien la caída del pueblo elegido. Al final del misterio triunfará Cristo, cuando resuciten los muertos, y los vivos sean transformados para participar de su vida celestial (1Cor 15,51ss). El “misterio de Dios” engloba toda la historia sagrada, desde la venida de Cristo a la tierra hasta su parusía. El Evangelio es “la revelación de este misterio, envuelto en silencio en los siglos eternos, pero manifestado ahora y, mediante las Escrituras que lo predicen, llevado al conocimiento de todas las naciones” (Rom 16,25s).

2. El misterio de Cristo y de la Iglesia.

En las epístolas de la cautividad (Col, Ef) se concentra la atención de Pablo. En él todas las cosas hallan su consistencia (Col 1,15ss) y todas son reconciliadas (1,20). La apocalíptica escrutaba también las vías de Dios en la historia humana; la revelación cristiana las muestra en su convergencia hacia Cristo, que encuadra la salvación en la historia gracias a su Iglesia (Ef 3,10): en adelante judíos y paganos son admitidos a la misma herencia, son miembros del mismo cuerpo, beneficiarios de la misma promesa (3,6). De este misterio ha sido Pablo constituido ministro (3,7s). En él todo adquiere un significado misterioso; así la unión dél hombre y de la mujer, símbolo de la unión de Cristo y de la Iglesia (5,32). En él tanto los paganos como los judíos hallan el principio de la esperanza (Col 1,27). ¡Cuán grande es este “misterio de la fe” (1Tim 3,9), este “misterio de la piedad, manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre los paganos, creído en el mundo, arrebatado a la gloria” (1Tim 3,16) del “misterio de Dios” (Col 2,2):

3 Una progresión continua conduce el “misterio de Cristo” (Col 4,3; Ef 3,4) que realiza la salvación por medio de su Iglesia. Este misterio estaba oculto en Dios durante todos los siglos (Col 1,26; Ef 3,9; cf. 3,5); pero Dios acaba de manifestarlo Col 1,26), de darlo a conocer (Ef 1,9), de ponerlo a la luz (3,9) de revelarlo a los apóstoles y a los profetas y en particular a Pablo mismo (3,4s). Es el objeto del Evangelio (3,6; 6,19). Es la última palabra del designio de Dios, formado mucho antes para que se realizara en la plenitud de los tiempos: “reducir todas las cosas bajo una sola cabeza, Cristo, las cosas celestiales como las terrenales” (1,9s). La apocalíptica judía escudriñaba las maravillas de la creación; la revelación cristiana manifiesta su secreto más íntimo: en Cristo, primogénito de todo criatura, sí del misterio enfocado por los apocalipsis judíos al “misterio del reino de Dios” revelado por Jesús, y finalmente al “misterio de Cristo” cantado por el Apóstol de las gentes. Este misterio no tiene nada de común con los cultos de misterios de los griegos y de las religiones orientales, aun cuando Pablo utilice, cuando se presenta la ocasión, algunos de los términos técnicos de que las mismas se servían, a fin de oponer mejor a estos aspectos particulares del “misterio de iniquidad” (cf. 2Tes 2,7) el verdadero misterio de salvación, como en otro lugar opone a la falsa sabiduría humana la verdadera sabiduría divina manifestada en la cruz de Cristo (cf. 1Cor 1,17-25).

III. EL APOCALIPSIS DE SAN JUAN.

En el Apocalipsis la palabra mysterio designa en dos ocasiones el sig nificado terreno de los símbolos qup explica el vidente (Ap 1,26) o el ángel que le habla (17,7). Pero también en dos pasajes adopta un sentido muy próximo al que le daba san Pablo. En la frente de Babilonia la grande, que representa a Roma, está escrito un nombre, un misterio (17,5); es que en ella está en acción el misterio de iniquidad” que denunciaba ya san Pablo (cf. 2Tes 2,7). Finalmente, el último día, cuando el séptimo ángel toque la trompeta para anunciar el juicio final, “se consumará el misterio de Dios, según la buena nueva que ha dado de él a sus servidores, los profetas” (Ap 10, 7; cf. 1Cor 15,20-28).

A esta consumación aspira la Iglesia. Desde ahora vive ya en el misterio; pero, insertada en medio del “mundo presente”, está desgarrada entre los poderes divinos y los poderes diabólicos. Vendrá un día en que los poderes diabólicos sean por fin aniquilados (cf. Ap 20; 1Cor 15,26s) y en que la Iglesia entre en el “mundo venidero”. Entonces sólo subsistirá el misterio de Dios, en un universo renovado (Ap 21; cf. 1Cor 15,28). Tal es el término de la revelación cristiana.

BÉDA RIGAUX y PIERRE GRELOT