Palabra humana.
Conforme a una concepción común en la antigüedad, el mundo bíblico no ve únicamente en la palabra humana un vano sonido, un simple medio de comunicación entre los hombres: la palabra expresa la persona, participa de su dinamismo, está dotada en cierto modo de eficacia. De ahí su importancia en la marcha de la vida: según su calidad implica para el que la pronuncia honor o confusión (Eclo 5,13); la muerte y la vida están en su poder (Prov 18,21). Para juzgar el valor del hombre es por tanto como la piedra de toque que permite experimentarlo (Eclo 27,4-7). Se comprende que los maestros de sabiduría inculquen su buen uso y denuncien sus defectos: en este punto el NT reproducirá sencillamente la enseñanza del AT.
1. Del mal uso de la palabra.
Tenemos en primer lugar al charlatán (Prov '10,19; 29,20) que cae en necedades (Prov 10,8; 13,3) y en indiscreción (Prov 20,19) y que se hace detestar (Eclo 20,5-8); al necio, al que se reconoce por sus dichos fuera de propósito (20,18ss); al falso amigo, que como consolación sólo ofrece “palabras de viento” (Job 2.26). Pero hay algo peor: la palabra de los malos, que es una asechanza sanguinaria (Prov 12,6). El sabio debe guardarse de la maledicencia (Eclo 5,14), pues la lengua causa más víctimas que la espada (Prov 12,18; Eclo 28,17s). Las palabras del chismoso se reciben con frecuencia “como golosinas” (Prov 26,22), pero hieren cruelmente: los salmistas, con el acento de personas que han sufrido mucho, denuncian constantemente la maledicencia y la calumnia que les afectan (Sal 5,10; 10,7). En el NT la carta de Santiago vuelve a estos mismos consejos sobre los extravíos de la palabra (Sant 3,2-12): velar sobre el propio lenguaje es una exigencia primera de la sabiduría cristiana (cf. 1,26 y 3,2).
Por otra parte, hay también que temer otros peligros, particularmente las palabras impuras (Eclo 23,12-21) y los falsos juramentos. La ley mosaica los prohibía (Éx 20,7; Núm 30, 3; Dt 23,22...). Por temor a que se presten inconsideradamente, el Eclesiástico acaba por aconsejar que se restrinja el número de los juramentos (Eclo 23,7-11). Finalmente, Jesús enseñará un ideal de sinceridad que hará inútiles los juramentos (Mt 5,33...), ideal que será retenido por la Iglesia apostólica (Sant 5,12; 2Cor 1,27s). Entre los pecados de la palabra sepuede por último mencionar la confianza supersticiosa en su eficacia mágica. Frecuente en el antiguo Oriente, conocida en el ambiente bíblico (palabra de mal augurio: Núm 22,6; palabra de aparecidos: Is 29,4), es prohibida por la ley bajo pena de muerte por la misma razón que las otras operaciones mágicas (Lev 20, 6.27).
2. Del buen uso de la palabra.
Al revés que los pecadores y que los necios, los sabios deben saber regular exactamente sus palabras. Una palabre dicha a propósito, una respuesta oportuna son un tesoro y una alegría (Prov 15,32; 25,11), pues “hay tiempo de callar y tiempo de hablar” (Ecl 3,7). Hay por tanto que contener las palabras (Eclo 1,24), usar en el lenguaje balanzas y pesos, poner un candado a la lengua (Eclo 28,25; Sal 39,2; 141,3), ser lento para hablar (Sant 1,19). A esta mesura hay que añadir todavía la sabiduría y la bondad, como lo hace la mujer perfecta (Prov 31,26). Entonces la palabra humana es como un agua profunda, un torrente desbordante, una fuente de vida (Prov 18,4; cf. Dt 32,1s); en efecto, la boca habla de la abundancia del corazón, de modo que el hombre bueno saca del suyo un tesoro (Ls 6,45). Hablando bajo la acción del Espíritu Santo, puede edificar, exhortar y consolar a sus hermanos (1Cor 14,3), pues su palabra de hombre expresa entonces la palabra de Dios.ANDRÉ FEUILLET y PIERRE GRELOT