Pan.
El pan, don de Dios, es para el hombre una fuente de fuerza (Sal 104, 14s), un medio de subsistencia tan esencial que carecer de pan es carecer de todo (Am 4,6; cf. Gén 28, 20); así, en la oración que Cristo enseña a sus discípulos, el pan parece resumir todos los dones que nos son necesarios (Lc 11,3); más aún: fue tomado por signo del más grande de los dones (Mc 14,22).
1. EL PAN DE CADA DÍA.
1. En la vida corriente se caracteriza una situación diciendo qué clase de gusto da al pan. El que sufre y parece abandonado por Dios come un pan “de lágrimas”, de angustia o “de ceniza” (Sal 42,4; 80,6; 102,10; Is 30,20); el que está alegre lo come con alegría (Ecl 9,7). Del pecador se dice que come un pan de impiedad o de mentira (Prov 4,17) y del perezoso, un pan de ociosidad (Prov 31,27). Por otra parte, el pan no es sólo un medio de subsistencia: está destinado a repartirse. Toda comida supone una reunión y también una comunión. Comer el pan regularmente con alguien es ser su amigo, casi su íntimo (Sal 41,10 = In 13,18). El deber de la hospitalidad es un deber sagrado, que hace del pan de cada uno el pan del transeúnte, enviado por Dios (Gén 18,5; Lc 11,5.11). Sobre todo a partir del exilio se carga el acento sobre la necesidad de compartir el propio pan con el hambriento: la piedad judía halla aquí la mejor expresión de la caridad fraterna (Prov 22,9; Ez 18,7.16; Job 31,17; Is 58, 7; Tob 4,16). San Pablo, cuando recomienda a los corintios la colecta en favor de los “santos”, les recuerda que todo don viene de Dios, comenzando por el pan (2Cor 9,10). Finalmente, en la Iglesia cristiana la “fracción del pan” designa el rito eucarístico que se reparte en favor de todos: el cuerpo del Señor viene a ser la fuente misma de la unidad de la Iglesia (Hech 2,42; 1Cor 10,17).
2. El pan, don de Dios.
Dios, después de crear al hombre (Gén 1,29), y de nuevo después del diluvio (9,3) le da a conocer lo que puede comer; y a costa de duro trabajo se procurará lo necesario el hombre pecador: “comerás el pan con el sudor de tu frente” (3,19). Desde entonces la abundancia o carestía de pan tendrán valor de signo: la abundancia será bendición de Dios (Sal 37,25; 132,15; Prov 12,11) y la carestía, castigo del pecado (Jer 5,17; Ez 4,16s; Lam 1,11; 2,12). Así pues, el hombre debe pedir humildemente su pan a Dios y aguardarlo con confianza. En este sentido son significativos los relatos de multiplicación de los panes. El milagro obrado por Eliseo (2Re 4,42ss) expresa bien la sobreabundancia del don divino: “Comerán y sobrará.” La humilde confianza es también la primera lección de los relatos evangélicos; tomando de un salmo (78,25) la fórmula: “Todos comieron y se saciaron” (Mt 14,20 p; 15,37 p; cf. Jn 6,12), evocan el “pan de los fuertes” con que Dios sació a su pueblo en el desierto. En un mismo orden de ideas invitó Jesús a sus discípulos a pedir “el pan de cada día” (Mt 6, 11), como hijos que con confianza aguardan todo de su Padre de los cielos (cf. Mt 6,25 p).
En fin, el pan es el don supremo de la época escatológica, ya para cada uno en particular (Is 30,23), ya en el festín mesiánico prometido a los elegidos (Jer 31,12). Las comidas de Jesús con sus discípulos preludiaban así el festín escatológico (Mt 11,19 p) y sobre todo la comida eucarística, en la que el pan que da Cristo a sus discípulos es su cuerpo, verdadero don de Dios (Lc 22,19).
II. EL PAN EN EL CULTO.
1. La legislación sacerdotal concede gran importancia a los panes “de proposición”, dispuestos en el templo sobre una mesa junto con los vasos destinados a las libaciones (1Re 7,48; 2Par 13,11; cf. Éx 25,23-30). Su origen parece antiguo (1Sa 21,5ss). Quizá sea un reflejo del viejo sentimiento religioso que ofrecía el alimentó a la divinidad. Para Israel, cuyo Dios rehúsa todo alimento (Jue 13,16), estos panes vienen a ser símbolo de la comunión entre Dios y sus fieles; los sacerdotes los consumirán (Lev 24,5-9).
2. El pan de primicias formaba parte de la ofrenda llevaba a la fiesta de las semanas (Lev 23,17). La fórmula “en gesto de presentación”, muestra que significa el reconocimiento del don divino, como toda liturgia de primicias (cf. Éx 23, 16.19). Corresponde naturalmente al sacerdote, representante de Dios (Lev 23,20; cf. Ez 44,30; Núm 18,13). Una intención de reconocimiento y gratitud inspira también la ofrenda del pan y del vino hecha por el rey-sacerdote Melquisedec al Dios creador (Gén 14,18ss).
3. Desde los más antiguos códigos, los panes ázimos acompañan a los sacrificios (Éx 23,18; 34,25) y constituyen el alimento de Israel durante la fiesta de primavera (23,15; 34, 18). La levadura se excluía de las ofrendas cultuales (Lev 2,11); en ella se veía quizás un símbolo de corrupción. En todo caso cuando la fiesta agraria de los ázimos se unió a la inmolación de la pascua, el uso del pan sin levadura se puso en relación con la salida de Egipto: debía recordar la partida apresurada que había impedido leudar la masa (Éx 12, 8.11.39). Quizá sea e lorigen del rito sencillamente un uso de la vida nómada, abandonado en la vida sedentaria en Canaán. En lo sucesivo se le unió la idea de renovación: debe desaparecer la vieja levadura (12,15). San Pablo recurre a esta imagen para inducir a los bautizados a vivir como hombres nuevos (1Cor 5,7s). El empleo del pan en el culto halla su cumplimiento y remate en la eucaristía: Jesús, después de haber multiplicado los panes con gestos litúrgicos (Mt 14,19 p), ordena durante la cena renovar la acción por la que hace del pan su cuerpo sacrificado y el sacramento de la unidad de los fieles (1Cor 10,16-22, 11,23-26).
III. EL PAN DE LA PALABRA.
El profeta Amós, anunciando el hambre de la palabra de Dios (Am 8,11), compara el pan con la palabra (cf. Dt 8,3 a propósito del maná). Más tarde, en la evocación del festín mesiánico, profetas y sabios hablan del pan que designa la palabra viva de Dios (Is 55,1ss), la sabiduría divina en persona (Prov 9,5s; Eclo 24,19-22, cf. 15,1ss). También para Jesús evoca el pan la palabra divina de que se debe vivir cada día (Mt 4,4). Al deseo del pan que se come en el reino escatológico (Lc 14,15) responde Jesús con la parábola de los invitados, que se refiere en primer lugar a la aceptación de la persona y de su mensaje. narece que san Marcos, al dar al primer relato de la multiplicación de los panes un fuerte contexto de enseñanza, quiere insinuar que estos panes son símbolo de la Palabra de Jesús al mismo tiempo que de su cuerpo entregado (Mc 6,30.34). Según san Juan, revela Jesús el sentido de este milagro afirmando que es el pan verdadero (Jn 6,32s). Se presenta en primer lugar como la palabra en que hay que creer (6,35-47). Como esta palabra hecha carne se ofrece en sacrificio, la adhesión de fe comportará necesariamente la comunion en este sacrificio dentro del rito eucarístico (6, 49-58). El pan pedido cada día por el fiel a su Dios, alimento necesario y don de Dios en su misma materialidad, puede significar, con el desarrollo de la fe, la palabra divina y la persona misma del Salvador inmolado, que es el verdadero pan del cielo, el pan de vida, vivo y vivificante (6,32.35.51).
DANIEL SESBOÜÉ