Persecución.
El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios venido a salvar al mundo, y odiado por él (Jn 3,17; 15,18), y culmina incluso en su pasión (Mt 23,31s); finalmente, será también el destino de sus discípulos: “Si me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros” (Jn 15,20).
El misterio de la persecución, aunque en conexión con el del sufrimiento, se diferencia de él; el sufrimiento crea un problema porque alcanza a todos los hombres, incluso a los justos; el problema es más agudo frente a la persecución que alcanza a los justos precisamente porque son justos. Entonces aparece que la persecución se distingue de las otras tribulaciones por su origen oculto. Por medio del sufrimiento quiere Dios purificar al pecador y probar al justo en un designio de amor; por medio de la persecución, un ser maligno trata de oponerse a este designio y separar al hombre de Dios. El hecho es que la persecución, como todo sufrimiento, es utilizada nor Dios: “al crucificar al Señor de la gloria los príncipes de este mundo” no sabían que eran instrumentos de su sabiduría (1Cor 2,6ss).
Y el justo perseguido (Hech 3,14) venció para siempre al mundo (Jn 16, 33). Sus discípulos, seguros de verse perseguidos (2Tim 3,12), se regocijan de ello (Mt 5,11s); ésta es la señal de que no son del mundo perseguidor (Jn 15,19), sino del número de aquellos en quienes será glorificado el Señor Jesús el día en que triunfe de toda persecusión (2Tes 1,4-12).
1. EL MISTERIO DE LA PERSECUCIÓN.
1. En el AT no sólo el conjunto del pueblo santo sufre la oposición violenta de los paganos, desde la permanencia en Egipto (Éx 1,8-14) hasta la dominación romana, pasando por las diversas crisis de su historia (cf. Sal 44,10-17; 79,1-4; 80,5ss), sino que los grandes personajes, jefes, reyes, y sobre todo profetas, son frecuentemente perseguidos por causa de su amor a Yahveh y de su fidelidad a su palabra: Moisés es desechado por los suyos (Éx 2,14; Hech 7,27.35) e incesantemente debe afrontar sus murmuraciones (Éx 5, 21; 14,11-12; 15,24; 16,3...; Ez 20,13.21; Sal 78,17-42); David es perseguido (1Sa 19-24), y asimismo Elías (IRe 19), Amós (Am 7,10-17), Jeremías (Jer 11,18-12,6; 26; 37-38), los mártires Macabeos (2Mac 6-7; 1Mac 1,57-64; Dan 11,33-35), etc. Estas persecuciones aparecen a Jeremías inseparables de su misión y gracias a ellas el siervo realiza el designio de Dios (Is 53,10). Asimismo el libro de Daniel muestra que la persecución de los justos, su resistencia y su fidelidad preparan el día del juicio y la venida del reino (Dan 7,25ss; 8,24s; 11,32-35). Finalmente, el libro de la Sabiduría pone en claro el motivo profundo de toda persecución: el impío odia al justo porque es para él un “reproche viviente” (Sab 2,12ss), al mismo tiempo que un testigo del Dios al que él desconoce (2,16-20); como el perseguidor pertenece al diablo, apunta a Dios a través de su testigo, y la salvación del justo el último día juzgará la incredulidad del perseguidor (3,7-10; 5,1-6).
2. Jesús perseguido remata y corona esta serie de sufrientes injustamente oprimidos por aquellos mismos a quienes habían sido enviados. Los jefes de Israel, al condenarle, colman la medida de los crímenes de sus padres y dan prueba de ser ciertamente hijos de los que asesinaron a los profetas (Mt 23,31s). Pero esta persecución, como todos los sufrimientos de Cristo, es necesaria para el cumplimiento de su misión y para la realización del plan de salvación.
3. Los discípulos no pueden aspirar a otra tratamiento distinto que su maestro: en seguimiento suyo, como él y por causa de él, son perseguidos (Jn 15,20; 16,1ss), tienen que beber su cáliz (copa) y ser bautizados con su bautismo (Mc 10, 39 p); en ellos revive Jesús su persecución (Hech 9,4s; cf. Col 1,24): para ellos es una gracia (Flp 1,29) y por tanto una fuente de gozo (1Pe 4,12ss).
Primeramente los judíos los oprimen (Hech 4,1-31; 5,17-41; 8,1-3; 13, 50), de la misma manera que en otro tiempo “el hijo de la carne perseguía al hijo del espíritu” (Gál 4, 29). Como Jesús entregado por los suyos (Jn 13,18; 18,35; cf. Jer 12, 6), los discípulos deben ser perseguidos por su propia familia (Mt 10, 34ss). Hay aquí más que un mero paralelismo de situaciones: “Los judíos, que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas, y nos han perseguido..., colman así la medida de sus pecados en todos los tiempos” (1Tes 2,15s).
También los paganos persiguen a los discípulos de Jesús. Roma, nueva Babilonia, va a su vez a “embriagarse con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Je sús” (Ap 17,6): tan cierto es que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo sufrirán persecución” (2Tim 3,12).
4. El fondo del problema.
a) La persecución de los amigos de Dios no es sino un aspecto de la guerra secular que opone a Satán y a los poderes del mal contra Dios y sus servidores y que se resolverá con el aplastamiento de la serpiente. Desde la aparición del pecado (Gén 3) hasta las luchas finales descritas en el Apocalipsis, el dragón “persigue” a la mujer y a su descendencia (Ap 12; cf. 17; 19). Esta lucha se extiende a toda la historia, pero se amplía a medida que avanza el tiempo. Llega a su punto culminante con la pasión de Jesús; entonces es a la vez la hora del príncipe de las tinieblas y la de Jesús, la de su muerte y la de su glorificación (Lc 22,53; In 12,23; 17,1). En la Iglesia las persecuciones son signo y condición de la victoria definitiva de Cristo y de los suyos. Por esta razón poseen un significado escatológico, pues son como un pródromo del juicio (1Pe 4,17ss) y de la instauración completa del reino. Vinculadas a la “gran tribulación” (Mc 13,9-13.14-20), son preludio del fin del mundo y condicionan el nacimiento de una nueva era (Ap 7,13-17).
b) Si los perseguidos que permanecieron fieles en la prueba (Ap 7, 14) son ahora vencedores y “sobreabundan de gozo”, su suerte gloriosa no debe hacer olvidar el aspecto trágico del castigo de los perseguidores. La ira de Dios que ya desde ahora se revela para con los pecadores (Rom 1,18), caerá al fin de los tiempos sobre los que se hayan endurecido, en particular sobre los perseguidores (1Tes 2,16; 2Tes 1,5-8; Ap 6.9ss; 11,17s; 16,5s; 19,2). Su suerte estaba anunciada ya en el trágico fin de Antíoco Epífanes (2Mac 9; Dan 7,11; 8,25; 11,45), que se repite en Herodes Agripa (Hech 12, 2lss). Este nexo entre los perseguidores y el castigo escatológico se subraya en las parábolas de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46 p) y del banquete nupcial (22,1-14). El último crimen de los viñadores y los malos tratamientos sufridos por los últimos servidores son el colmo de una serie de ultrajes y desencadenan la ira del amo o del rey. “Han derramado sangre de los santos; sangre, pues, les has hecho beber, y bien se lo han merecido” (Ap 16,6; 19,2).
II. EL CRISTIANISMO FRENTE A LA PERSECUCIÓN.
El creyente cuya fe penetra en el misterio de la persecución halla en su esperanza la fuerza para soportarla con gozo; ya el AT le ofrecía modelos de esta actitud, a la que Jesús da su perfeccionamiento con su ejemplo y con sus consejos.
1. Los modelos.
Los justos del AT adoptaron todos ante la persecución una actitud de paciencia y de valiente fidelidad en la esperanza. Jeremías es el tipo del perseguido fiel y orante; sus “confesiones” son no menos protestas de fidelidad que quejas dolorosas; sabe que suceda lo que suceda, Yahveh “está con él” para protegerle y salvarle (p.c., Jer 1,8.19). Lo mismo se diga del siervo doliente (Is 52-53) y de los salmistas perseguidos: “¡Señor, sálvame de los que me persiguen!” (Sal 7,2): este grito de angustia y de confianza resuena a través de todo el salterio. Tal oración, acompañada a menudo de imprecaciones contra los enemigos (Sal 35; 55; 69; 70; 109) o de llamamientos a la venganza de Dios (Jer 11,20; 15,15; 17, 18), se funda en la certeza de la salvación que el Dios fiel otorga a los suyos (Sal 31,6; cf. 23,4; 91,15).
Jesús perseguido no sólo confía en su Padre que está con él (Mt 26,53; Jn 16,32), sino que ora por sus perseguidores (Lc 23,34); así da a sus discípulos un supremo ejemplo de la caridad que soporta toda persecución (1Cor 13,7).
Los apóstoles y los primeros cristianos, blanco de las persecuciones, oran para verse libres y poder así anunciar el Evangelio (Hech 4,29; cf. 12,5) dan prueba de confianza y de seguridad (Hech 4,13.31; 28,31; Flp 1,20); como su maestro, se muestran pacientes en medio de las persecuciones (2Tes 1,4) y como él piden a Dios que perdone a sus verdugos (Hech 7,60).
2. Los consejos dados por Jesús corresponden a la actitud cuyo ejemplo dio él mismo. Como él, el discípulo debe orar por los que le persiguen (Mt 5,44 p; cf. Rom 12,14). Debe afrontar la persecución con valor; aunque no debe ser temerario y debe saber huir de una ciudad donde se le acosa (Mt 10,23; Hech 13,50s), debe, sin embargo, estar dispuesto a verse encarcelado, herido y entregado a la muerte (Mt 10,16-39; Jn 16,1-4). Pero ante tales perspectivas no debe tener miedo: su maestro venció al mundo (Jn 16,33) y triunfará finalmente de los impíos perseguidores “con los suyos, los llamados, los escogidos, los fieles” (Ap 17,14). Los enemigos del discípulo no pueden nada contra su alma (Mt 10,28-31). El Espíritu de Dios le asistirá cuando sea arrastrado ante los tribunales, por lo cual no tiene que preocuparse por su defensa en el momento de su proceso (Mt 10, 19s). Con todo, hay que velar y orar constantemente, pues la persecución es una prueba, una tentación, y si el espíritu está pronto, la carne es flaca (Mt 26,41 p).
Pablo reitera las consignas de Jesús. Nada, dice, puede separarnos del amor de Cristo, ni siquiera lapersecución o la espada (Rom 8,35). En resumen, el discípulo afronta la persecución con una esperanza que lo hace fiel, constante y gozoso (Rom 12,12; 2Tes 1,4; cf. Mt 13,21 p). Sabe en quién ha puesto su confianza (2Tim 1,12). Así, rodeado de los innumerables mártires del AT y del NT, fijos los ojos en Cristo “que soportó tal hostilidad contra su persona por parte de los pecadores”, corre hacia la meta, con aguante, sin desanimarse (Heb 11,1-12,3).
3. El gozo de la esperanza (Rom 12,12) es fruto de la persecución así soportada: “Seréis bienaventurados cuando os ultrajen y os persigan... por causa de mí. Alegraos y regocijaos...” (Mt 5,lls). Esta promesa de Jesús se realiza en el cristiano que “se gloría en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la constancia, la constancia la virtud probada, la virtud probada la esperanza, y la esperanza no defrauda...” (Rom 5,3ss; cf. Sant 1,2ss). “Sobre-abunda de gozo en las tribulaciones” (2Cor 7,4; 12,10; Col 1,24; cf. Hech 5,41; Heb 10,34). La consolación en la tribulación (2Cor 1,3-10) es fruto del Espíritu (iTes 1,6; Hech 13, 52; cf. Gál 5,22), al mismo tiempo que signo de la presencia del reino de Dios.
El Apocalipsis, espejo de la vida de la Iglesia, escrito durante una terrible prueba, fomenta esta gozosa esperanza en el corazón de los perseguidos, garantizándoles la victoria de Jesús y la instauración del reino. A cada uno de ellos como a toda la Iglesia no cesa el Señor resucitado de dirigir este mensaje: “No temas los sufrimientos que te aguardan; el diablo se apresta a arrojar a los vuestros en la cárcel para tentaros, y vosotros sufriréis diez días de prueba. Permanece fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de vida” (Ap 2, 10).
ALBERT DESCAMPS