Poder.

En todas las religiones es el poder un atributo esencial de la divinidad.

La fe cristiana formula así el primer artículo de la revelación bíblica: “Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.” Esta fórmula indica tres aspectos de la omnipotencia del verdadero Dios: es universal, pues Dios creó todas las cosas (Gén 1,1; Jn 1,3); es amante, pues Dios es el Padre que está en los cielos (Mt 6, 9); es misteriosa, pues sólo la fe puede discernirla en sus manifestaciones a veces desconcertantes y abrirse a su acción salvadora (iCor 1,18; 2Cor 12,9s). La omnipotencia se despliega en la historia de la salvación.

1. EL PODER DE YAHVEH, DIOS DE ISRAEL.

1. Dios manifiesta su omnipotencia por sus intervenciones acá en la tierra. En los relatos concernientes a la vida de los patriarcas, este poder se ejerce soberanamente: a Dios nada le es imposible (Gén 18.14); en todas partes puede proteger a sus elegidos y realizar en su favor lo que quiera (Gén 12,2s; 28, 13ss). Con este Dios todopoderoso debe luchar Jacob; al final de la lucha lo bendice Dios y le da el nombre de Israel (Gén 32,27-30), el nombre que llevará el pueblo escogido, como un voto “¡Muéstrese fuerte Dios!”. En efecto, la fuerza de Israel reside en la invocación y en el auxilio del Dios que lo ha escogido (Sal 20,2.8ss; 44,5-9; 105,3s; 124,8), que es “el poderoso de Jacob” (Gén 49,24;  Is 1,24; 49,26; 60,16; Sal 132,2). Este Dios, con su mano fuerte (Éx 3,19) y su brazo extendido (Dt 4,34), libera a su pueblo en la gesta del Éxodo; con esta liberación sin precedente, Yahveh, Dios de Israel, se revela como único Todopoderoso en el cielo y en la tierra (Dt 4,32-39).

Yahveh, jefe de los ejércitos de Israel (Éx 12,41), es un guerrero que da a su pueblo la victoria; tal es el sentido primario de su nombre Sabaot (Sal 24,Sss; Éx 15,2ss; 1Sa 17,45; 2Sa 5,10; Am 5,14s); por medio del arca asegura el Todo-poderoso su presencia a su pueblo (2Sa 6,2; Sal 132,8).

2. A veces interviene Yahveh haciendo fuerte a su pueblo (Dt 8,17s) y a sus jefes: jueces como Gedeón (Jue 6,12ss), reyes como David (2Sa 7,9; 22,30ss; iSa 2,10). Los Macabeos contarán con esa fuerza que viene de Dios y que hace invencibles (1Mac 3,18s; 2Mac 8,18). Otras veces Dios, a petición de su pueblo, interviene en tal forma que el pueblo no tiene nada que hacer (2Re 19,35; 2Par 20,15ss.24). Las dos formas de intervención se reúnen en la batalla de Gabaón, bajo Josué (Jos 10,8-11).

De todos modos Yahveh es la fuerza de su pueblo; los Salmos lo cantan en sus alabanzas (Sal 114, ls; 28,7s; 46,2; 68,34ss) o en sus demandas de auxilio (Sal 29,11), Israel no puede menos de verse salvo, puesto que esta fuerza es la del Dios que ama a Israel (Sal 59,17s; 86,15ss) y que “hace todo lo que quiere” (Sal 115,3; Is 46,10).

II. EL PODER DEL CREADOR Y DEL HOMBRE, SU IMAGEN.

1. Si el Dios de Israel es todopoderoso en el cielo y en la tierra, es que los ha hecho (Gén 2,4); nada le es, pues, imposible (Jer 32,17) y él dispone a su voluntad de su obra (Jer 27,5), creada por su palabra y su soplo (Sal 33,6.9; Gén 1). Él da al universo su estabilidad (Sal 119,90) y domina las fuerzas que podrían 'alterar su orden, como el mar en furia (Sal 65,8; 89,10s); pero si ha establecido este orden (Job 28,25s; Prov 8,27ss; Eclo 43), lo modifica como le agrada: hace que dancen o se derritan las montañas (Sal 114, 4; 144,5), cambia el desierto en manantial y pone en seco el mar (Sal 107,33ss; Is 50,2). A su mirada todo tiembla (Eclo 16,18s).

2. El Poder de Dios se manifestó, pues, en su creación (Sal 19,2; 104; Sab 13,4; Rom 1,20); y actúa en favor de los que tienen una fe perfecta en ella. Por eso Abraham cree que el que llama la nada a la existencia puede resucitar a los muertos (Rom 4,16-21; Heb 11,19); por eso también Dios le otorga ser padre de la multitud sin número de los creyentes (Gén 22,16ss). Tal es también el caso de Judit, por cuya mano el todopoderoso se revela dueño del cielo y de la tierra (Jdt 9,12ss; 16, 1-17), porque ella ha dado a Israel el ejemplo de una confianza y de una sumisión incondicional (18,11-27; 13, 19). ¿Cómo no confiar en aquel cuya palabra lo puede todo (Est 4,17; Sab 18,15), que inclina como le place los corazones (Prov 21,1) y de cuya mano nadie puede escapar (Tob 13,2; Sab 11,17; 16,15)? Este poder es infinitamente sabio en su obra de creación y de gobierno del mundo (Sab 7,21.25; 8,1); pero de esta sabiduría infinita y del trueno de su poder, la creación sólo deja oír un débil eco (Job 26,7-14); eco suficiente, sin embargo, para que aun en la prueba más pesada, el justo no se escandalice, sino se abandone al todopoderoso en adoración silenciosa (Job 38,1-42,6).

El hombre que tiene fe en Dios se convierte en colaborador del todo-poderoso, del que no es sólo criatura, sino también imagen (Gén 1, 26ss). Lo muestra en particular por el dominio que ejerce sobre la tierra y los animales (Eclo 17,2ss). Lejos de temer a los poderes de la naturaleza, debe enseñorearse de ellos; y esto lo puede hacer si se mantiene sumiso a su creador con una humildad confiada. Ahora bien, Adán, aspirando a la independencia, cometió el pecado fundamente) y descono ció el misterio de la omnipotencia amorosa de Dios (Gén 2,17; 3,5; Rom 1,20s); como consecuencia perdió su poder sobre el mundo (Gén 3,17s).

III. LOS PODERES MALIGNOS QUE ESCLAVIZAN AL HOMBRE.

El comienzo del Génesis pone en claro los efectos de la voluntad de poder que yergue al hombre contra Dios. Caín usa de su fuerza para matar a su hermano, y Lamec se venga sin medida (Gén 4,8.23s); la violencia llena la tierra (6,11). El pecado colectivo de Babel es de la misma naturaleza que el pecado de Adán; los hombres quieren alcanzar el cielo por su propio poder. Dios expresa su pretensión, no sin ironía: “Nada les será imposible” (11,4ss). Esta pretensión lleva al hombre a un doble esclavizamiento. Los poderosos esclavizan a los débiles; ellos mismos se esclavizan sometiéndose a poderes malignos, a los demonios.

1. En efecto, la opresión del hombre por el hombre aparece tan pronto como los poderosos olvidan que su poder les viene de Dios (Rom 13, 1; 1Pe 2,13; In 19,11) y que deben respetar en todo hombre a la imagen del todopoderoso (Gén 9,6). El Faraón que no reconoce a Yahveh pretende mantener a su pueblo en esclavitud e imponerle normas de trabajo cada vez más duras (Ex 5,2.6-18). Los tiranos que pretenden señorear en el cielo e igualar a Dios, pretenden también subyugar a las naciones (Is 14,12ss). Los soberbios abusan de su poder ejerciendo violencias que los profetas denuncian tanto en Israel como entre los paganos (Am 1,3-2,7). El hecho de que Yahveh se sirva de las naciones paganas para castigar a su pueblo no excusa su injusta violencia (Is 47,6); todavía más culpable son los que tienen el poder en Israel y abusan de él para estrujar a las pobres gentes a las que se niegan a hacer justicia (Is 3,14s; 10,1s; Miq 3,9ss; Sal 58,2s). Acuérdense los poderosos de aquel que los “juzgará poderosamente”. Él es el Señor de todos y quiere que amen la justicia” (Sab 1,1; 6,3-8).

2. Por lo demás, los que desconocen al todopoderoso que los ha creado, honran a dioses que ellos mismos se fabrican y que no pueden menos de ser impotentes; profetas y sabios se mofan a porfía de los ídolos y de su impotencia (Is 44,17ss; Jer 10,3ss; Sal 115,4-7; Dan 14,3-27; Sab 13, 10-19). Los paganos, honrando a los astros o a las diversas criaturas de las que se fabrican imágenes, o por medio de prácticas de magia y de brujería, tratan de conciliarse las fuerzas naturales a las que divinizan, y desconocen al Señor que es su autor (Sab 13,1-8). Ahora bien, tras estos falsos dioses de las naciones se ocultan poderes demoníacos (Sal 106, 36s; Dt 32,17; 1Cor 8,4; 10,19). El diablo, después de haber inducido al hombre a pecar (Gén 3,5; Sab 2, 24), trata de hacerse adorar bajo diversas máscaras seduciendo al hombre por medio del poder que Dios le deja por algún tiempo (2Tes 2,9; Ap 12,2-8; cf. Mt 4,8s). Su poder actúa en los que resisten a Dios (Ef 2, 2); es un poder de muerte, y por el temor de la muerte es como esclaviza a los hombres (Heb 2,14s).

Frente a los falsos dioses el nombre de Yahveh Sabaot cobra un sentido nuevo; el verdadero Dios es el Dios de los ejércitos, es decir, de todos los poderes del universo, ejércitos de los astros (Is 40,26: Sal 147,4) y ejércitos de los ángeles (Sal 103,20s; 148,2; Lc 2,13s). Este Dios va a intervenir para liberar a los hombres.

IV. EL PODER DEL SALVADOR Y DE SU SIERVO.

1. Cómo el todopoderoso pone fin a la esclavitud social de los débiles y a la servidumbre espiritual de los pecadores, es lo que revela ya el Éxodo, liberación que es el tipo de todas las otras, y cuyo recuerdo guarda para siempre la pascua en Israel (Éx 13,3). La resistencia del faraón opresor es para Yahveh la ocasión de mostrar mejor su poder a toda la tierra con nuevos prodigios (Éx 9,14s). En cuanto al instrumento de estos prodigios y de la liberación de Israel, es éste un hombre consciente de su flaqueza, el más humilde de los hombres. Moisés (Éx 4,10-13; Núm 12,3), del que Dios hace un profeta sin segundo (Dt 34,10ss).

También el pueblo liberado resiste a su libertador; Dios castiga a los que no han creído en su poder a pesar de tantos prodigios; morirán en el desierto después de haber permanecido en él cuarenta años (Núm 14,22s). Pero Dios, a petición de Moisés, no destruye a este pueblo rebelde, no sea que los paganos duden de su poder (Núm 14,16), o por lo menos de la salvación que dicho poder aporta (Éx 32,12); por eso la desarrolla perdonando (Núm 14,17ss).

2. Las vías del Señor son las mismas a lo largo de la historia; para realizar su designio suscita los poderes de este mundo. Cuando quiere castigar a su pueblo con el exilio, Nabucodonosor es su servidor (Jer 25, 9); y cuando termina la prueba, recibe Ciro de él su poder universal para ordenar el retorno a Sión (Is 44,28-45,4; 2Par 36,22s); este nuevo éxodo es obra del todopoderoso que da nuevas fuerzas a los que esperan en él (Is 40,I0s.29ss).

Por su Espíritu, fuerza divina que los profetas oponen a la debilidad del hombre que es “carne” (Is 31, 3; Zac 4,6), o por su palabra siempre eficaz (Is 55,11) hace Dios fuertes a los humildes instrumentos que ha escogido. David, el pastor, lleno del Espíritu por la unción regia (1Sa 16,13), libera a Israel de todos sus enemigos (2Sa 7,8-11); de su raza nacerá el Mesías, cuyo nombre será “Dios fuerte”, en quien reposará el Espíritu de Dios (Is 9,5s; 11,1s) y que tendrá a Dios por Padre (2Sa 7,14; Sal 89,27s). Jeremías, aunque inepto para hablar, proclama con fuerza invencible las palabras que la mano de Dios pone en su boca (Jer 1,6-10.18s). El mismo pueblo de Israel, cuya esperanza parece haber perecido con el exilio, será resucitado por el Espíritu de Dios (Ez 37, 11-14). Yahveh, salvando a este pueblo al que despreciaban las naciones y que era esclavo de los tiranos, pueblo que es su servidor y cuya fuerza él es (Is 49,3-7), frente a los ídolos impotentes para salvar, se revela como salvador único y todopoderoso, al que todas las naciones deben adorar (Is 45,14s.20-24).

3. Dios quiere salvar del pecado a todas las naciones; este designio de salvación lo realiza el brazo de Yahveh por medio de un misterioso siervo, que muere abrumado de sufrimiento y de desprecio (Is 53), pero de cuya muerte el poder divino hace salir la vida de las multitudes justificadas; es un poder de resurrección. Como la muerte es secuela del pecado, Dios librará de la muerte a los que libra del pecado. El justo resucitará para una vida eterna; tal es la enseñanza de los sabios en un momento en que los justos deben morir por su fe (Dan 12,2s); la esperanza de ser resucitados por el poder de su Creador hace fuertes a los perseguidos (2Ma 7,9.14.23). En el tiempo fijado tendrá fin el poder de los opresores; entonces el pueblo de los santos compartirá el dominio eterno que se dará al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes (Dan 7,12ss.18.27).

4. Al final de la antigua alianza un sabio, meditando sobre la historia de la salvación, traza así el retrato del todopoderoso que la dirige: ama todo lo que ha creado (Sab 11,24ss); justo y lleno de misericordia, deja lugar al arrepentimiento y lo suscita (11,23; 12,2.10-18); protege a los justos y les dará la vida eterna, pues están en su mano y él es su Padre (2,16ss; 3,1; 5,15s; cf. Mt 22,29-32). Sin embargo, los deja morir a los ojos de los insensatos, poniendo así a prueba su esperanza a fin de que su corona sea la recompensa de su holocausto (Sab 3,2-9).

V. EL PODER DEL ESPÍRITU EN LOS QUE CREEN EN CRISTO.

1. En efecto, un holocausto va a sellar la nueva alianza, el de Jesús, en quien el todopoderoso se revela plenamente y por quien lleva a término su obra. Jesús es la palabra todopedorosa que viene a hacerse carne en el seno de una humilde virgen (Lc 1,27.48s; Jn 1,14; Heb 1,2s); esta venida es obra del Espíritu Santo, fuerza del Altísimo, al que nada es imposible (Lc 1,35ss; Mt 1,20). Jesús, Hijo del hombre, es ungido de Espíritu y de poder (Hech 10,38). El Espíritu reposa sobre él y le es dado sin medida (Lc 3,22 p; Jn 1,32ss; 2,34s; cf. Is 11,2; 42,1; 61,1). Jesús manifiesta su poder con milagros que le acreditan (Hech 2,22) y que prueban no sólo que Dios está con él (Jn 3,2; 9,33) y que él es el enviado del Padre (5, 36), sino también que es “Dios con nosotros” (Mt 1,23).

2. Ahora bien, lejos de ejercer su poder para su propia gloria según las ideas de un mesianismo temporal (Mt 4,3-7; Jn 8,50), Jesús no busca sino la gloria de su Padre y el cumplimiento de su voluntad (Jn 5,30; 17, 4). Esta humildad es la fuente de sus poderes. La creación le está sometida (Mt 8,27 p; 14,29ss p); cura u los enfermos y resucita a los muertos (Mt 4,23s p; 9,25 p); perdona los pecados (Mt 9,6ss p) y, con el Espíritu de Dios, expulsa a los demonios (Mt 12,28 p). Afirma su poder de dar la vida y de volver a tomarla (Jn 10,18), es decir, de sacrificarse libremente en la cruz y de resucitar. Finalmente, anuncia su venida el último día para ejercer su poder de juez soberano (Mc 13,26 p; Jn 5,21-29). “Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mt 26,64 p). Esta afirmación se hace ante el sanedrín a la hora en que parece triunfar el poder de las tinieblas (Lc 22,53).

Pero Jesús, como él mismo lo había dicho, “una vez elevado” manifiesta quién es (Jn 8,28) y cuál es su poder: destrona a las potencias (Col 2,15) al mismo tiempo que al príncipe de este mundo y atrae todo a sí (Jn 12,31s). Para esto envía a sus discípulos a testimoniar que tiene todo poder en el cielo y en la tierra y a someter a todas las naciones, por la fe y la obediencia, a su reinado espiritual (Mt 28,18ss). Para que cumplan esta misión no sólo confirmará su predicación con milagros (Mc 16,20), sino que “estará siempre con ellos hasta el fin de los tiempos”. Estará con ellos por su Espíritu, fuerza de lo alto, cuyo envío les promete (Lc 24,49; Hech 1,8).

3. El Espíritu que llena a los apóstoles el día de pentecostés (Hech 2,4) es un don que les hace Cristo resucitado y que manifiesta su poder de salvador (Hech 2,32-36; 4,7-12). Los apóstoles, una vez que su palabra poderosa ha convertido los corazones (Hech 2,37.43; 4,4.33), ejercen su poder de perdonar los pecados (Jn 20,21ss) y de dar el Espíritu (Hech 8, 17). La expansión del a Iglesia confirma la promesa de Jesús a sus discípulos: hacen obras más grandes que las suyas y obtienen del Padre todo lo que le piden en nombre de su Hijo (Jn 14,12ss; 16,23s). La fe, en efecto, da omnipotencia a la oración (Mc 9,23; 10,27; 11,22ss).

Pablo hace eco a Jesús enseñando . ue por la fe se abre el hombre al poder de salvación que es el Evangelio (Rom 1,16). De la fe viene el “conocer a Cristo y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos” (Flp 3,9s). Jesús crucificarlo salva a los creyentes; para ellos es poder de Dios (1Cor 1,18.23s; porque la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres, y su poder se despliega en la debilidad de sus testigos (1Cor 1,25; 2Cor 12,9); cuando éstos son entregados a la muerte a causa de Jesús, la vida de Jesús se manifiesta en ellos (2Cor 4, 10ss), que han creído en el poder de Dios que resucitó a Cristo (Col 2, 12; 2Cor 13,4); son poderosamente fortificados por su Espíritu (Ef 3,16), que hace que su palabra sea la palabra de Dios y tenga su poder (1Tes 1,5; 2,13); en ellos obra la inconmensurable grandeza del poder divino que rebasa toda petición y todo pensamiento (2Cor 4,7; Ef 1, 19ss; 3,20).

4. Este mismo poder los guarda para la salvación que se revelará en los últimos tiempos (1Pe 1,5). Dios hace inquebrantables a los que se humillan' bajo su mano todopoderosa y que, por la fe, resisten al diablo (1Pe 5,5-10). Los incrédulos, por el contrario, serán seducidos por aquellos cuyo poder viene del diablo (2Tes 2, 9-12; Ap 13,2-7) y a los que el Señor destruirá con el soplo de su boca el día de su advenimiento (2Tes 2,8). En este día será destruida la muerte, así como todo peder enemigo (iCor 15,24ss); Dios, por su poder resucitará los cuerpos de aquellos en quienes habita su Espíritu (1Cor 6,14; Rom 8,11); él será todo en todos (1Cor 15,28). En el

Apocalipsis se oye a los elegidos cantar al Señor Dios, al todopoderoso (gr. pantok„rat(5r), cuyo trono comparte el cordero, y que va a hacer un universo nuevo “donde ya no habrá mar”, es decir, poder de desorden (Ap 21,1.5): “¡Aleluya!, porque ha establecido su reino el Señor, Dios todopoderoso” (Ap 19,6). Reino de amor, pues este todopoderoso es el Padre de “el que nos ama y nos ha librado de los pecados por su sangre. A él gloria y poder por los siglos de los siglos” (Ap 1,5s).

MARC-FRANÇOIS LACAN