Primicias.
1. LAS PRIMICIAS.
1. La ley.
Se llama primicias (hebr. bikkurfm, raíz bkr, nacer antes) a las deducciones que se operaban de los “primeros” productos de la tierra (heb. re'sft, gr. aparkhe), que se consideraban como los mejores de la cosecha. En Israel, como en otros pueblos (egipcios, babibonios, griegos, latinos), se ofrecían estos primeros frutos a la divinidad. La ley hebraica determinó poco a poco la obligación, las modalidades de esta oblación, que en un principio se cumplía libremente y sin ritual preciso (Gén 4,3s). Se podrían seguir las etapas de esta evolución en textos de épocas diferentes: Éx 22,28, ofrenda de “la abundancia de la era y del vino nuevo”, de “lo mejor de las primicias de la tierra” (Éx 23,19, cf. 34,26); descripción detallada de la ceremonia en Dt 26,2...; extensión de la ley a los productos trabajados sacados de los frutos (Núm 15,20; Ez 44,30; Lev 23,17.20; cf. 2Re 4,42; Dt 18,4; cf. Tob 1,6). La legislación sacerdotal menciona dos ofrendas más solemnes, la de la primera gavilla de cebada durante la semana pascual (Lev 23,10s), la de las primicias de la siega del trigo en pentecostés (Éx 34,22; Lev 23,17), llamado por esta razón “día de las primicias” (Núm 28,26).
2. Los aspectos del rito.
a) El rito litúrgico, asimilado a un sacrificio por Lev 2,12, presenta un significado complejo. Esta ofrenda equivalía a un gesto de reconocimiento para con Dios, dueño de la naturaleza y fuente de toda fecundidad. La profesión de fe, que según Dt 26,3 expresa el sentido de la ceremonia, añade una precisión importante. Contiene una referencia explícita a la salida de Egipto y a la entrada en posesión del país de Canaán: “He aquí que traigo ahora las primicias de los productos de la tierra que Yahveh me ha dado” (Dt 26,10). La ofrenda del hebreo es una respuesta a la liberalidad divina a lo largo de la historia. El don de Dios reclama el don del hombre. Es un principio de alcance universal.
b) El rito comportaba otro aspecto: la consagración a Dios de las primicias de los frutos santifica toda la cosecha, pues la parte vale por el todo (Rom 11,16). Así con este gesto simbólico el conjunto de los bienes terrenos pasa del orden profano a la esfera de lo sagrado. ¡Frutos santificados para un pueblo santo! La idea de que una parte consagrada ejerce sobre la masa un influjo santificante se halla, en otras partes en la Biblia, traspuesta a un plano superior. Así por ejemplo Israel (Jer 2,3), los cristianos (Sant 1,18) y especialmente los primeros convertidos (Rom 16,5; 1Cor 16,15) o las vírgenes (Ap 14,4) se comparan con primicias retiradas de la masa y ofrecidas a Dios o a Cristo. En el plano de la salvación una selección consagrada desempeña un papel activo en la santificación del mundo. Según 1Cor 15,20.23, Cristo resucita como “primicias” a fin de que todos los que duermen le sigan a la gloria. Es posible que Pablo, en Col 1,15ss, se inspire en Prov 8,22, donde a la sabiduría divina se la llama “primicias” de la obra o del poder divino. En el orden de la creación como en el de la redención, Cristo realiza los dos aspectos contenidos en la noción de primicias: prioridad e influencia. La imagen evoluciona en Rom 8,23, donde las primicias del Espíritu designan la anticipación y la garantía de la salvación final de los cristianos.
3. El diezmo.
El AT asocia a menudo a las primicias el diezmo (hebr. Ma’aser, de la raíz “diez”, o quizás en un principio “libación”. La legislación más antigua no menciona esta costumbre (Éx 20-23), aunque en uso desde antiguo (Am 4,4; cf. Gén 28, 22). El diezmo parece primero confundirse con las primicias (Dt 12,6. 11.17; 14,22); por otra parte, en ciertos textos tardíos (Ez 44,30; Núm 18,12...) se atenúa el aspecto sacrificial de la ofrenda de las primicias: se tiende a reducir las primicias a un impuesto sagrado a beneficio del clero (Mal 3,10; cf. Eclo 45,20; Neh 10,36...). Finalmente, el diezmo se distinguirá claramente de las primicias y consistirá en una contribución de la décima parte de los frutos de la tierra y del ganado.
II. LOS PRIMOGÉNITOS.
La ofrenda de los primogénitos de los animales (bekori'm) y de los hombres, es decir, “todo lo que abre el seno”, es una aplicación particular de la ley sobre las primicias. El código de la alianza prescribe que se dé a Yahveh el primogénito del hombre y el del ganado mayor y menor (Éx 22,28s). El código cultual asigna la razón de esto: “Todo ser salido el primero del seno materno me corresponde: todo macho, todo primogénito de tu ganado menor o mayor” (Éx 34,19). Pero, como en el caso de las primicias, un motivo histórico se superpone al principio fundamental de la soberanía absoluta de Dios: el don se dirige al Señor, libertador de su pueblo, y perpetúa el recuerdo de la noche en que Yahveh “hizo perecer a todos los primogénitos en el país de Egipto: a los de los hombres y a los del ganado” (Éx 13,15).
Si la ley se fija a la vez en los primogénitos del ganado y en los del hombre, en uno y otro caso se realiza diversamente. Se sacrificaba (Éx 13,15; cf. Dt 15,20; Núm 18,17) o se suprimía (Éx 13,13; 34,20; Lev 27,27) a todo primogénito de los animales. En cuanto al primer hijo, el hombre lo “da”, es decir, según la exégesis de Éx 13,2, lo “consagra” al Señor. ¿Cómo? Se ha pensado en la circuncisión. La costumbre bárbara de la inmolación de los niños, testimoniada por las excavaciones de Gezer y de Taannak, ha inducido a algunos autores a admitir la existencia de tales sacrificios en Israel. Primitivamente se los habría considerado como legítimos. Es cierto que bajo la influencia fenicia se introdu jeron estas prácticas en el pueblo (1Re 16,34) en una época de sincretismo religioso. Ajaz “hizo pasar a su hijo por el fuego” (2Re 16,3); Manasés lo imita (2Re 21,6); Miq 6,7 hace alusión a este uso cruel. Pero el ritual israelita condena expresamente esta aberración (Dt 12,31; 18, 10ss; Jer 7,31; 19,5; 32,35; Lev 18,21; 20,2ss). Cierto que el Señor tiene derecho a las primicias de la vida (Gén 22,2) pero rehúsa el sacrificio de los hijos de hombre: los primogénitos no serán inmolados, sino rescatados. El relato del sacrificio de Isaac ilustra la ley del rescate-sustitución prescrito por Éx 13,13; 34,20. Más tarde este rescate será efectuado por los levitas que ocuparán el puesto de los primogénitos (Núm 3,11ss; 8,16). Día vendrá en que Jesús, primicia de la humanidad, se ofrezca a su Padre por manos de María (Lc 2,22ss); entonces dará su pleno valor a las prescripciones de la antigua ley.
CHARLES HAURET