Temor de Dios.

Al AT se le caracteriza frecuentemente como ley de temor y al NT como ley de amor. Fórmula aproximativa que descuida muchos matices. Si el temor representa un valor importante en el ATI la ley de amor tiene ya en él sus raíces. Por otra parte, el temor no es abrogado por la ley nueva, dado que constituye el fondo de toda auténtica actitud religiosa. Así pues, en los dos Testamentos el temor y el amor se dibujan realmente, aunque en forma diversa. Importa más distinguir el temor religioso del miedo que todo hombre puede experimentar en presencia de los estragos de la naturaleza o de los ataques del enemigo (Ser 6,25; 20,10). Sólo el primero tiene lugar en la revelación bíblica.

1. DEL MIEDO HUMANO AL TEMOR DE DIOS.

Ante los fenómenos grandiosos, desacostumbrados. aterradores, el hombre experimenta espontáneamente el sentimiento de una presencia que lo desborda y ante la cual se abisma en su pequeñez. Sentimiento ambiguo, en el que lo sagrado aparece bajo el aspecto de lo tremendo sin todavía revelar su naturaleza profunda. En el AT este sentimiento es equilibrado por el conocimiento autético del Dios vivo, que manifiesta su temerosa grandeza a través de los signos de que está llena su creación. El temor de Israel ante la teofanía del Sinaí (Éx 20,18s) tiene primero por causa la majestad del Dios único, al igual que el temor de Moisés ante la zarza ardiendo (Éx 3,6) y el de Jacob después de la visión nocturna (Gén 28,17). Sin embargo, cuando se produce con ocasión de signos cósmicos que evocan la ira divina (tormenta, temblor de origen menos puro. Pertenece a la escenificación habitual del día de Yahveh (Is 2,10.19; cf. Sab 5,2). Tal es también el terror de los guardianes del sepulcro la mañana de pascua (Mt 28,4). Por el contrario, el temor reverencial es el reflejo normal de los creyentes ante las manifestaciones divinas: el de Gedeón (Jue 6,22s), de Isaías (Is 6,5), o de los espectadores de los milagros operados por Jesús (Mc 6,51 p; Lc 5,9-11; 7,16) y por los apóstoles (Hech 2,43). El temor de Dios comporta modalidades diversas que contribuyen, cada una en su rango, a encaminar al hombre hacia una fe más profunda.

II. TEMOR DE DIOS Y CONFIANZA EN DIOS.

Por lo demás, en la auténtica vida de fe el temor se equilibra gracias a un sentimiento contrario: la confianza en Dios. Aun cuando Dios aparece a los hombres, no quiere aterrorizarlos. Los tranquiliza: “¡No temas!” (Jue 6,23; Dan 10, 12: cf. Lc 1,13.30), frase que repite Cristo caminando sobre las aguas (Mc 6,50). Dios no es un potentado celoso de su poder; rodea a los hombres de una providencia paternal que atiende a sus necesidades. “¡No temas!”, dice a los patriarcas al notificarles sus promesas (Gén 15,1; 26,34); la misma expresión acompaña las promesas escatológicas aportadas al pueblo que sufre (Is 41,10. 13s; 43,1.5; 44,2), así como las promesas de Jesús al “pequeño rebaño” que recibe del Padre el reino (Lc 12,32; Mt 6,25-34). En términos semejantes anima Dios a los profetas al confiarles su dura misión: tendrán que habérselas con los hombres, pero no deben temerlos (Jer 1,8; Ez 2,6; 3,9; cf. 2Re 1,15).

Así la fe en él es la fuente de una seguridad que destierra hasta el mero miedo humano. Cuando Israel en guerra ha de afrontar al enemigo, el mensaje divino vuelve a ser: “¡No temas!” (Núm 21,34; Dt 3,2; 7,18; 20,1; Jos 8,1). En lo más fuerte del peligro repite Isaías lo mismo a Ajaz (Is 7,4) y a Ezequías (Is 37,6). A los apóstoles, a quienes aguarda la persecución, repite Jesús que no teman a los que matan el cuerpo (Mt 10, 26-31 p). Una lección tantas veces repetida acaba por incorporarse a la vida. Los verdaderos creyentes, apoyados en su confianza en Dios, destierran de su corazón todo temor (Sal 23,4; 27,1; 91,5-13).

III. TEMOR DE LOS CASTIGOS DIVINOS.

Hay, sin embargo, un aspecto de Dios que puede inspirar a los hombres un temor saludable. En el AT se reveló como juez, y la proclamación de la ley sinaítica va acompañada de una amenaza de sanciones ('Éx 20,5ss; 23,21). Por todo lo largo de la historia los sinsabores de Israel son presentados por los profetas como otros tantos signos providenciales que traducen la cólera de Dios: motivo serio de temblar delante de él... En este sentido la ley divina aparece como una ley de temor. Asimismo el salmo 2 recuerda la amenaza de los castigos divinos para invitar a las naciones extranjeras a someterse al ungido de Yahveh (Sal 2,11s).

Este aspecto de la doctrina no se puede eliminar, puesto que el mismo NT da un puesto importante a la ira y al juicio de Dios. Pero ante esta perspectiva terriblé sólo tienen que temblar los pecadores endurecidos en el mal (Sant 5,1; Ap 6,15s; Lc 23,30). En cuanto a los otros, que se reconocen profundamente pecadores (cf. Lc 5,8), pero que tienen confianza en la gracia justificante de Dios (Rom 3,23s), el NT ha inaugurado una nueva actitud: no más temor de esclavos, sino un espíritu de hijos adoptivos de Dios (Rom 8, 15), una disposición de amor interior que destierra el temor, pues el temor supone un castigo (1Jn 4,18), pero el que ama no tiene ya miedo del castigo, incluso si su corazón le condena (Jn 3,20). En este sentido es el NT una ley de amor. Pero ya en los tiempos del AT había personas que vivían bajo la ley de amor, como actualmente las hay todavía que no han superado la ley de temor.

IV. TEMOR DE DIOS Y RELIGIÓN.

Después de todo el temor de Dios se puede comprender en un sentido bastante amplio y profundo, que lo identifique sin más con la religión. El Deuteronomio lo asocia ya en forma característica al amor de Dios, a la observancia de sus mandamientos, a su servicio (Dt 6,2.5.13), mientras que Is 11,2 ve en él uno de los frutos del Espíritu de Dios. Es, como dicen los sabios, el principio de la sabiduría (Prov 1,7; Sal 111,10), y el Eclesiástico formula unas loas sobre el temor que lo presentan como el equivalente práctico de la piedad (Eclo 1,11-20). En este sentido merece la bienaventuranza con que la adornan diferentes salmos (Sal 112, 1; 128,1), porque “la misericordia de Dios se extiende de generación en generación sobre los que le temen” (Lc 1,50; cf. Sal 103,17); el tiempo del juicio, que hará temblar de miedo a los pecadores, será también el tiempo en que Dios “recompensará a los que temen su nombre” (Ap 11, 18). El NT, aun conservando a veces a la palabra un matiz de temor reverencial, del que no está totalmente ausente la perspectiva del Dios-Juez (2Cor 7,1; Ef 5,21; Col 3,22), sobre todo si se trata de personas que “no temen a Dios” (Lc 18,2.4; 23, 40), la entiende más bien en este sentido profundo que hace del temor una virtud esencial: “En Dios no hay acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia le es acepto” (Hech 10,34s). El temor así entendido es el camino de la salvación.

PUL AUVRAY y PIERRE GRELOT