El Magisterio de la iglesia ha sido fecundo con la Santísima Virgen María en materia de doctrina mariológica, fruto de un profundo estudio, análisis y reflexión, como así lo comprueban los documentos marianos a lo largo de la historia de la iglesia. Dios tenía previsto desde la eternidad que la Iglesia con el “Vicario de Cristo” a la cabeza, inspirados por el Espíritu Santo, sean sus mejores exponentes.
En este segmento sólo están considerados los documentos marianos post-conciliares a partir del Concilio Vaticano II.[1]
1.
CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA “LUMEN GENTIUM”, SOBRE LA IGLESIA
2. LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “MARIALIS CULTUS"
3. LA CARTA ENCÍCLICA “REDEMPTORIS MATER”
4. “LOS DOCUMENTOS DE PUEBLA”
5. “EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA”
Párrafos escogidos sobre el capítulo dedicado a la Virgen María[3]:
CAPÍTULO VIII
LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
I. PROEMIO
[La Santísima Virgen en el Misterio de Cristo]
52. …Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó en cuerpo suyo y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, y en comunión con todos sus Santos deben también venerar la memoria «en primer lugar de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo»[4].
[La Santísima Virgen y la Iglesia]
53. En efecto, la Virgen María que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la Vida del mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los méritos de su Hijo y a El unida con el estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; don de gracia tan eximia, por el cual antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas…
[La Madre del Mesías en el Antiguo Testamento]
55. …Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se comprenden bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de la mujer, Madre del Redentor; ella misma, bajo esta luz es insinuada proféticamente en la promesa de victoria sobre, la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3, 15). Así también ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emmanuel (cf. Is 7, 14; cf. Miq 5, 2 - 3; Mt 1, 22 - 23). Ella mismo sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El con confianza esperan y reciben la salvación…
[María en la Anunciación]
56. El Padre de las misericordias quiso que precediera a la Encarnación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también la mujer contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y que fue adornada por Dios con dones dignos de tan gran oficio. Por eso no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como moldeada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura[5]. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena es saludada por el ángel por mandato de Dios como llena de gracia (cf. Lc 1, 28), y ella responde al enviado celestial: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1, 38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención bajo El y con El, por la gracia de Dios omnipotente…
[La Santísima Virgen y el Niño Jesús]
57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta la muerte de El; en primer término, cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, y el Precursor saltó de gozo (cf. Lc 1, 41 - 45) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal[6]…
[La Santísima Virgen en el Ministerio Público De Jesús]
58. En la vida pública de Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11)…
[La Virgen después de la Ascensión de Jesús]
59. …Finalmente, la Virgen Inmaculada preservada inmune de toda mancha de culpa original[7], terminado el curso de la vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial[8] y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte[9].
[María, esclava del Señor, en la Obra de la Redención y de la Santificación]
60. …Pero la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres, no es exigido por ninguna necesidad de las cosas, sino que nace del divino beneplácito y de la superabundancia, de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende de ésta totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
[Maternidad espiritual de María]
61. …Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia.
[María, mediadora]
62. Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejo su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, lo dones de la salvación eterna[10]. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se debaten entre peligros y angustias hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Santísima Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos[11] de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada se quita, ni agrega[12] a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador…
[María como Virgen y Madre, tipo de la Iglesia]
63. La Virgen Santísima por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San Ambrosio, a saber, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo[13]…
[Fecundidad de la Virgen y de la Iglesia]
64. Ahora bien, la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre, por la palabra de Dios fielmente recibida: en efecto, por la predicación y bautismo, engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios…
[Virtudes de María que debe imitar la Iglesia]
65. Pero mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por lo que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacía María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes…
[Naturaleza y fundamento del culto]
66. María, que por la gracia de Dios después de su Hijo, fue exaltada sobre todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los Misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos la Santísima Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas[14]
[Espíritu de la predicación y del culto]
67. El Sacrosanto sínodo enseña de propósito esta doctrina católica y exhorta al mismo tiempo a todos los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo litúrgico, hacia la Santísima Virgen, como también a que estimen en mucho las prácticas y ejercicios de piedad hacia ella, recomendados en el curso de los siglos por el Magisterio y a que observen religiosamente lo que en los tiempos pasados fue decretado acerca del culto de las imágenes de Cristo, de la Santísima Virgen y de los Santos[15]… Recuerden, pues, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes.
MARÍA SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE
68. Entretanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la Imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el siglo futuro, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe 3, 10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo.
Partes selectas:
21. Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del culto divino, María es también, evidentemente, maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos. Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como Ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV, S. Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios»[18]. Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando Ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical «Hágase tu voluntad» (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y el «sí» de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y medio de santificación propia.
35. ... Ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38); porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio; Porque, es decir, fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente.
37. ... La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo. De este modo por poner algún ejemplo, la mujer contemporánea, deseosa de participar con poder de decisión en las elecciones de la comunidad, contemplará con íntima alegría a María que, puesta a diálogo con Dios, da su
consentimiento activo y responsable[19], no a la solución de un problema contingente, sino a la obra de los siglos como se ha llamado justamente a la Encarnación del Verbo[20]; se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte de María, que en el designio de Dios la disponía al misterio de la Encarnación, no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para consagrarse totalmente al amor de Dios; comprobará con gozosa sorpresa que María de Nazaret, aun habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo (cf. Lc 1, 51 - 53); reconocerá en María, que sobresale entre los humildes y los pobres del Señor[21], una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio (cf. Mt 2, 13 - 23): situaciones todas estas que no pueden escapar a la atención de quien quiere secundar con espíritu evangélico las energías liberadoras del hombre y de la sociedad; y no se le presentará María como una madre celosamente replegada sobre su propio Hijo divino, sino como mujer que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo (cf. Juan 2, 1 - 12 y cuya función maternal se dilató, asumiendo sobre el Calvario dimensiones universales[22]. Son ejemplos. Sin embargo, aparece claro en ellos cómo la figura de la Virgen no defrauda esperanza alguna profunda de los hombres de nuestro tiempo y les ofrece el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones.
39. Finalmente, por si fuese necesario, quisiéramos recalcar que la finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad...
57. ...La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos. Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y al dócil aceptación de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 26 - 38; 1, 45; 11, 27 - 28; Jn 2, 5); la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39 - 56) la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1, 29. 34; 2, 19, 33, 51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2, 21- 41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1, 46 - 49), que ofrece en el templo (Lc 2, 22 - 24), que ora en la comunidad apostólica (cf. Hch 1, 12 - 14); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2, 13 - 23), en el dolor (cf. Lc 2, 34 - 35. 49; Jn 19, 25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1, 48; 2, 24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2, 1 - 7; Jn 19, 25 - 27); la delicadeza provisora (cf. Jn 2, 1 - 11); la pureza virginal (cf. Mt 1, 18-25); Lc 1, 26 - 38); el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen...
Párrafos escogidos:
14. Por lo tanto, la fe de María puede parangonares también a la de Abraham, llamado por el Apóstol «nuestro padre en la fe» (cf. Rm 4, 12). En la economía salvífica de la revelación divina de la fe de Abraham constituye el comienzo de la Antigua Alianza; la fe de María en la anunciación da comienzo a la Nueva Alianza. Como Abraham «esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones» (cf. Rm 4, 18), así María en el instante de la anunciación, después de haber manifestado su condición de virgen («¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?»), creyó que por el poder del Altísimo, por obra del Espíritu Santo, se convertiría en la Madre del Hijo de Dios según la revelación del ángel: «el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
16. ... Un hombre justo y piadoso, llamado Simeón, aparece al comienzo del «itinerario» de la fe de María. Sus palabras, sugeridas por el Espíritu Santo (cf. Lc 2, 25-27), confirman la verdad de la anunciación. Leemos, en efecto, que «tomó en brazos» al niño, al que -según la orden del ángel- «se le dio el nombre de Jesús» (cf. Lc 2, 21). El discurso de Simeón es conforme al significado de este nombre, que quiere decir Salvador: «Dios es la salvación». Vuelto al Señor, dice lo siguiente: «Porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 30-32). Al mismo tiempo, sin embargo, Simeón se dirige a María con estas palabras: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»; y añade con referencia directa a María: «y a ti misma una espada te atravesará el alma» (Lc 2, 34-35). Las palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María ha oído del ángel: Jesús es el Salvador, es «luz para iluminar» a los hombres. ¿No es aquel que se manifestó, en cierto modo, en la Nochebuena, cuando los pastores fueron al establo? ¿No es aquel que debía manifestarse todavía más con la llegada de los Magos del Oriente? (cf. Mt 2, 1-12). Al mismo tiempo, sin embargo, ya el comienzo de su vida, el Hijo de María -y con él su Madre- experimentarán en sí mismos la verdad de las restantes palabras de Simeón: «Señal de contradicción» (Lc 2, 34). El anuncio de Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor.
26. ... Pero en la Iglesia de entonces y de siempre María ha sido y es sobre todo la que es «feliz porque ha creído»: ha sido la primera en creer. Desde el momento de la anunciación y de la concepción, desde el momento del nacimiento en la cueva de Belén, María siguió paso tras paso a Jesús en su maternal peregrinación de fe. Lo siguió a través de los años de su vida oculta en Nazaret; lo siguió también en el período de la separación externa, cuando él comenzó a «hacer y enseñar» (cf. Hch 1, 1) en Israel; lo siguió sobre todo en la experiencia trágica del Gólgota.
27. ... Las palabras de Isabel «feliz que ha creído» siguen acompañando a María incluso en Pentecostés, la siguen a través de las generaciones, allí donde se extiende, por medio del testimonio apostólico y del servicio de la Iglesia, el conocimiento del misterio salvífico de Cristo. De este modo se cumple la profecía del Magníficat: «Me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo» (Lc 1, 48-49). En efecto, al conocimiento del misterio de Cristo sigue la bendición de su Madre bajo forma de especial veneración para la Theotókos. Pero en esa veneración está incluida siempre la bendición de su fe. Porque la Virgen de Nazaret ha llegado a ser bienaventurada por medio de esta fe, de acuerdo con las palabras de Isabel. Los que a través de los siglos, de entre los diversos pueblos y naciones de la tierra, acogen con fe el misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor del mundo, no sólo se dirigen con veneración y recurren con confianza a María como a su Madre, sino que buscan en su fe el sostén para la propia fe. Y precisamente esta participación viva de la fe de María decide su presencia especial en la peregrinación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios en la tierra.
42. ... Por estos motivos María «con razón es honrada con especial culto por la Iglesia; ya desde los tiempos más antiguos... es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas». Este culto es del todo particular: contiene en sí y expresa aquel profundo vínculo existente entre la Madre de Cristo y la Iglesia[25]. Como virgen y madre, María es para la Iglesia un «modelo perenne». Se puede decir, pues, que, sobre todo según este aspecto, es decir como modelo o, más bien como «figura», María presente en el misterio de Cristo, está también constantemente presente en el misterio de la Iglesia. En efecto, también la Iglesia «es llamada madre y Virgen», y estos nombres tienen una profunda justificación bíblica y teológica.[26]
47. ... Pues María, presente en la Iglesia como Madre del Redentor, participa maternalmente en aquella «dura batalla contra el poder de las tinieblas»[27] que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana. Y por esta identificación suya eclesial con la «mujer vestida del sol» (Ap 12, 1)[28] se puede afirmar que «la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga»; por esto, los cristianos, alzando con fe los ojos hacia María a lo largo de su peregrinación terrena, «aún se esfuerzan en crecer en la santidad».[29] María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos -donde y como quiera que vivan- a encontrar en Cristo el camino hacia la casa del Padre.
Por lo consiguiente, la Iglesia, a lo largo de toda su vida, mantiene con la Madre de Dios un vínculo que comprende, en el misterio salvífico, el pasado, el presente y el futuro, y la venera como madre espiritual de la humanidad y abogada de gracia.
49. ... La Madre de Cristo, que estuvo presente en el comienzo del «tiempo de la Iglesia», cuando a la espera del Espíritu Santo rezaba asiduamente con los apóstoles y los discípulos de su Hijo, «precede» constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través de la historia de la humanidad. María es también la que, precisamente como esclava del Señor, coopera sin cesar en la obra de la salvación llevada a cabo por Cristo, su Hijo.
III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO
Párrafos escogidos:
2.4. María, Madre y modelo de la Iglesia
a) María Madre de la Iglesia
290. Mientras peregrinamos, María será la Madre educadora de la FE (Lg, 63). Ella cuida que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina.
b) María Modelo de la Iglesia.
295. María Madre despierta el corazón filial que duerme en cada hombre. En esta forma ella nos lleva a desarrollar la vida del bautismo por el cual fuimos hechos hijos. Y simultáneamente ese carisma maternal hace crecer en nosotros la fraternidad. Así María hace que la Iglesia se experimente como familia.
297. El Magníficat es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahveh y el profetismo de la Antigua Alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo, es el preludio del Sermón de la montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el Magnificat se manifiesta como modelo «para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la «alienación», como hoy se dice, sino que proclaman con ella que Dios es «vengador de los humildes»[31], y si el caso, «depone del trono a los soberbios»... » (Juan Pablo II, Zapopán, 4).
298. La Inmaculada Concepción nos ofrece en María el rostro del hombre nuevo redimido por Cristo, en el cual recrea «más maravillosamente aún» (Colecta de la Navidad de Jesús) el proyecto del paraíso. En la Asunción se nos manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el cuerpo glorioso de María comienza la creación material a tener parte en el cuerpo resucitado de Cristo. María Asunta es la integridad humana, cuerpo y alma que ahora reina intercediendo por los hombres peregrinos en esta historia. Estas verdades y misterios alumbran a un continente donde la profanación del hombre es una constante y donde muchos se repliegan en un pasivo fatalismo.
c) María, modelo del servicio eclesial en América Latina.
300. La Virgen María se hizo la sierva del Señor. La escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la circunstancia del parto, le hace el gran servicio de anunciarle el evangelio con las palabras del Magnificat. En Caná está atenta a la necesidad de la fiesta y su intercesión culmina en la fe de los discípulos que «creyeron en El» ( Jn 2,11). Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e incitarlos a su obediencia: «haced lo que El os diga» ( Jn 2,5).
303. ... Esta es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con su oración, cuando bajo el influjo del Espíritu Santo inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. Que María sea en este camino “estrella de la Evangelización siempre renovada” (EN, 81).
VIDA CONSAGRADA
745. b) “Teniendo a María como Modelo de Consagración y como intercesora los consagrados encarnarán la Palabra en su vida, y como Ella y con Ella la ofrecerán a los hombres en una continua evangelización”.
Párrafos escogidos:
LA MATERNIDAD VIRGINAL DE MARÍA EN EL DESIGNIO DE DIOS.
502 La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc. 2, 48-49). «La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre...; consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas». (Cc. Friul en el año 796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: «El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo» (1 Co 15,47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios «le da el Espíritu sin medida» (Jn 3, 34). De «su plenitud», cabeza de la humanidad redimida (cf. Col 1, 18), «hemos recibido toda gracia por gracia» (Jn 1, 16)
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe. «¿Cómo será eso?» (Lc. 1,34; cf. Jn 3,9). La participación en la vida divina no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1,13). La acogida de esta vida es virginal por que toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe «no adulterada por duda alguna» (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la que hace llegar a ser la madre del Salvador: «Beatior est María percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi» («Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo». (S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. LG 63): «La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo». (LG 64).
I LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO DE LA IGLESIA
TOTALMENTE UNIDA A SU HIJO
964 El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. «Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte» (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. (Jn 19, 26-27) (LG 58).
965 Después de la Ascensión de su Hijo, María «estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones» (LG 69). Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, «María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra». (LG 59).
...también en su Asunción...
966 «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo. Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la mujer» (LG 59; cf. la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pío XII en 1950: DS 3903).
La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina, Tropario de la fiesta de la Dormición [15 de agosto]).
...ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia» (LG 53), incluso constituye «la figura» («typus») de la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. «Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).
969 «Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna...Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62).
II EL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN
971 «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48): «La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano» (MC 56). La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos se venera a la Santísima Virgen con el título de «Madre de Dios», bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades… Este culto… aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (LG 66); encuentran su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, «síntesis de todo el Evangelio» (cf. Pablo VI, MC 42).
[1] Por lo extenso del tema, no están considerados los documentos de Medellín y Santo Domingo.
[2] La Constitución Dogmática “Lumen gentium” sobre la iglesia, del Concilio Ecuménico Vaticano II, fue promulgado en la sesión pública del 21 de noviembre de 1964. Es “el documento ciertamente más importante que el Concilio ha promulgado”, según lo expresó el propio Papa Pablo VI, el 23 de junio de 1966.
[3] Antes de su inclusión en la Constitución Dogmática, (durante la discusión de los esquemas) se votó en el Concilio, si se incorporaba o no en la Constitución el texto referente a la Virgen María. Gracias a Dios La votación fue positiva: 1114 a favor y 1074 en contra, porque como dijo el padre claretiano Narciso García Garcés, fundador de la Sociedad Mariólogica Española: “Es la vez primera que, en la historia de la Iglesia, un Concilio Ecuménico consagra todo un capítulo al misterio de la Virgen, es decir, a su misión, a sus privilegios personales, a sus oficios en relación con los hombres. Eso no se había visto jamás”.
[4] Misal romano, canon.
[5] Cf. S. GERMÁN CONST., Hom. in Annunt. Deiparae: PG 98, 328 A; In Dorm. 2, col. 357; ANASTASIO ANTIOQ., Serm. 2 de Annunt. 2: PG 89, 1377 AB; Serm. 3, 2, col. 1388 C; S. ANDRÉS CRET., Can. in B. V. Nat., 4: PG 97, 1321 B; In B. V. Nat. 1, col 812 A; Hom. in dorm. 1, col 1068 C; S. SOFRONIO, Or. 2 in Annunt. 18: PG 87 (3), 3237 BD.
[6] Cf. CONC. LATERANENSE, año 649, can. 3: MANSI, 10, 1151; S. LEÓN M.,Epist. ad Flav.: PL 54, 759; CONC. CALCEDONENSE: MANSI, 7, 462; S. AMBROSIO, De instit. virg.: PL 16, 320.
[7] Cf. Pío IX, bula Ineffabilis, 8 dic. 1854: Acta Pii IX, 1, Y, p. 616; denz. 1641 (2803).
[8] Cf. Pío XII, Cons. apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950); DENZ. 2333 (3903). Cf. S. J. DAMASCENO, Enc. in dorm. Dei genetricis, hom. 2 y 3: PG 96, 721-761, espec. col. 728 B; S. GERMÁN CONSTANTINOP., In S. Dei gen. dorm. serm. 1: PG 98 (6), 340-348; serm. 3: col. 361; S. MODESTO JER., In dorm. SS. Deiparae: PG 86 (2), 3277-3312.
[9] Cf. Pío XII, Enc. Ad coeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954), 633-636; DENZ. 3913 ss. Cf. S. ANDRÉS CRET., Hom. 3 in dorm. SS. Deiparae: PG 97, 1089-1109; S. J. DAMASCENO, De fide orth. IV, 14: PG 94, 1153-1161.
[10] Cf. KLEUTGEN, texto reformado De mysterio Verbi incarnati, c. 4: MANSI, 53, 290, Cf. S. ANDRÉS CRET., In nat. Mariae, serm. 4: PG 97, 865 A; S. GERMÁN CONSTANTINOP., In ann. Deipare: PG 98, 321 BC; In dorm. B. V. Mariae, hom. 1, 8: PG 96, 712 BC-173 A.
[11] Cf. LEÓN XIII, Enc. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: ASS 15 (1895-1896), 303; S. Pío X, Enc. Ad diem illum, 2 febr. 1904: Acta I, p. 154; DENZ. 1978 a (3370); Pío XI, Enc. Miserentissimus, 8 mayo 1928: AAS 20 (1928), 178; Pío XII, mensaje radiof., 13 mayo 1946: AAS 38 (1946), 266.
[12] Cf. S. AMBROSIO, Epist. 63: PL 16, 1218.
[13] Cf. Ps.-PEDRO DAM., Serm. 63: PL 144, 861 AB; GODEFRIDO DE S. VÍCTOR, In nat. B. M., ms. París, Mazarine, 1002, fol. 109r; GERHOHUS REICH., De gloria et honore Filii hominiis 10: PL 194, 1105 AB.
[14] Cf. Breviarium romanum, ant. «Sub tuum praesidium», de las primeras vísperas del Oficio Parvo de la Virgen Santa María.
[15] Cf. CONC. NICENO II, año 787: MANSI, 13, 378-379; DENZ. 302 (600-601); CONC. TRID., Ses. 25: MANSI, 33, 171-172.
[16] La Exhortación Apostólica “Marialis Cultus” de Pablo VI fue promulgada el 2 de febrero de 1974, fiesta de la Presentación del Señor. Pablo VI también publicó dos documentos marianos: La Epístola Encíclica “MENSE MAIO” (sobre el mes de mayo, mes de María), y La Exhortación Apostólica “SIGNUM MAGNUM” (sobre el Culto a la Virgen María).
[17] El Papa Pablo VI (1897-1978), nació en Concecio-Italia. El 21 de junio de 1963 fue elegido Pontífice de La Iglesia Católica. Como sucesor del Papa Juan XXIII, tuvo la delicada misión de velar por la continuación, desarrollo y clausura del Concilio Vaticano II.
[18] Expositio Evangeli sucundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p. 55, S Ch 45, pp 83 - 84.
[19] Cf. Const. Dogm. Lumen gentium n. 56.
[20] S. PETRUS CHRYSOLOGUS, Sermo CXLIII: PL 52, 583.
[21] Const. Dogm. Lumen gentium n. 55.
[22] Cf. PAULUS VI, Exhortación Apostólica, Signum Magnum, I: AAS 59 (1967), pp. 467-468; Missale Romanum, die 15 Septembris, Super oblata..
[23] La Carta Encíclica Redemptoris Mater, del Papa Juan Pablo II, fue promulgada el 25 de marzo de 1987 (solemnidad de la Anunciación del Señor).
[24] Juan Pablo II fue el primer Papa no-italiano desde 1523. Es el Papa que más ha peregrinado por el mundo llevando el anuncio del evangelio. Escribió y publicó 14 cartas Encíclicas, 13 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas, 43 Cartas apostólicas y 2 libros. En sus 104 viajes que hizo fuera de Italia visitó 129 países. Realizó 1.339 beatificaciones y 482 canonizaciones. Fue el tercer Papa en estar más tiempo al frente de la iglesia católica.
[25] Cf. S. Ambrosio, De Institutione Virginis, XIV, 88-89: PL 16, 341; S. Agustín, Sermo 215, 4: PL 38, 1074; De Sancta Virginitate, II, 2; V, 5; VI, 6: PL 40, 397; 398s.; 399; Sermo 191, II, 3: PL 38, 1010s.
[26] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 63
[27] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 37.
[28] Cf. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo: S. Bernardi Opera, V, 1968, 262-274.
[29] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 65.
[30] El 13 de mayo de 1979, los obispos y periodistas recibieron los documentos finales de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, celebrado en Puebla-México. Posteriormente el Papa Juan Pablo II aprobó el documento definitivo, con algunas modificaciones efectuadas en el Vaticano.
[31] La traducción del «Magnificat» cambia: «Dios ensalza a los humildes y derriba a los potentados de sus tronos.»
[32] El 25 de junio de 1992, el Papa Juan Pablo II aprobó el Catecismo de la Iglesia Católica, y mediante la Constitución Apostólica “FIDEI DEPOSITUM” la promulgó el 11 de octubre de 1992, trigésimo aniversario e la apertura del Concilio Vaticano II. El Papa en esta constitución afirma que “en la lectura del Catecismo de la Iglesia Católica se puede percibir la admirable unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar central de Jesucristo Hijo de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración”.