Podría asegurar que no hay santo alguno que no se haya consagrado a la Virgen, y que no haya recibido sino por su intercesión todas las “luces” y “gracias” necesarias para alcanzar la santidad. Lector, te invito a escoger, cualquiera sea tu situación, necesidad o estado de vida, la consagración que más te agrade, y no demores en recurrir ante Ella, porque es la Madre de todas las gracias.
4. LA SANTA ESCLAVITUD A MARÍA
5. OTRAS FORMAS DE CONSAGRACIÓN
Según estudios del P. José de Aldano, la más antigua fórmula de consagración a la Virgen María, cuya fórmula primitiva la usaba Juan de Leunis es ésta:
“Santísima Virgen y Madre de Dios, María, Yo, (...) te escojo por Señora, Abogada y Madre, y propongo firmemente servirte siempre en adelante y, en cuanto de mí dependa, procurar seas de todos fielmente servida. Asísteme en todas mis acciones y alcánzame gracias para que de tal manera, rija mis palabras, obras y pensamientos, que nunca ofendan tus ojos ni los de tu Santísimo Hijo”.
Conocida por el nombre de “oración eficacísima”, sigue siendo la consagración más usada hasta nuestros días. Su gran difusor y propagador fue el predicador italiano padre Zucchi († 1670):
“¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, Me ofrezco del todo a vos y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón y todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, Oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra”.
“A ti nosotros hoy también nos acogemos, Señora, una y otra vez Señora Madre de Dios, Virgen, ligando nuestras almas a tu esperanza como una firmísima y solidísima ancla; nuestra mente, alma, cuerpo y nosotros mismos por completo nos consagramos a ti”. (San Juan Damasceno)
“¡Oh gran Señora!, Mi corazón quiere amaros, mi boca desea alabaros, mi espíritu desea veneraros, mi alma aspira a rogaros, todo mi ser se encomienda a vuestra protección”. (San Anselmo)
“Yo Íñigo de Loyola, prometo delante de la Virgen Madre y de toda la corte celestial, perpetua pobreza, castidad y obediencia” (durante la consagración de la eucaristía)
“Renuncio a mí mismo y me consagro a Ti, querida Madre mía”. (San Luis María Grignión de Montfort)
“¡Mi queridísima Madre! Renuncio a mi propia voluntad, a mis pecados, disposiciones e intenciones; quiero lo que Vos queréis, me arrojo en Vuestro Corazón abrasado de amor; divino molde en el que debo formarme, y en él me escondo y me pierdo para rogar, obrar, sufrir siempre por Vos y con Vos, a la mayor gloria de vuestro Hijo, Jesús. Amén”. (San Luis María de Montfort)
“Soberana Princesa, Augustísima Emperatriz de cielos y tierra, Medianera de pecadores... Yo movida de vuestra inmensa benignidad y del deseo que habéis dado de ser vuestra esclava, humildemente postrada a vuestros pies, con todo el afecto de mi corazón, me ofrezco y entrego por vuestra humilde esclava y como tal propongo serviros fidelísimamente todos los días de mi vida”. (Santa Mariana de Jesús)
“Oh Señora mía, Santa María. Te encomiendo mi persona, mi alma y mi cuerpo, hoy y cada día en la hora de mi muerte y lo entrego a tu bendita fidelidad y singular protección y al seno de tu misericordia; toda mi esperanza y consuelo, todas las angustias y miserias, toda la vida y el término de ella te lo confío para que por tu santísima intercesión y por tus merecimientos, todas mis acciones sean dirigidas y ordenadas conforme a tu voluntad y a la de tu Hijo”. (San Luis Gonzaga)
“Oh María Madre de Dios y Señora mía: me presento ante ti como el más miserable mendigo ante la Reina de cielos y tierra... Tú eres Reina del universo y yo quiero ser tu súbdito. En más estimo ser tu súbdito que si lograra ser gobernante de muchas posesiones. Soy todo tuyo. Socórreme. Acéptame como tu servidor y cuida de mi eterna salvación. Quiero consagrarme por completo a Ti. Si en el pasado he sido descuidado en honrarte y servirte, en el futuro quiero, ser uno de tus más entusiastas seguidores. No, no quiero que otros me superen en entusiasmo y fidelidad por Ti. Así lo espero conseguir con tu ayuda. Amén”. (San Alfonso)
“Hoy nos consagramos a tu santo servicio, y te elegimos como madre, maestra, abogada protectora y defensora nuestra”. (San Alfonso María de Ligorio)
“Os amo Jesús y María: Jesús y María os doy el corazón y el alma mía”. (San Alfonso María de Ligorio)
“¡Oh María, Madre mía! ¡Que tu hayas sido tan buena conmigo y yo tan ingrato contigo! Estoy lleno de vergüenza y confusión. Madre mía, yo deseo en adelante amarte con todo mi corazón y no solamente te amaré yo, sino que emplearé lo mejor de mí para hacer que todos te conozcan, te amen y te sirvan, te alaben y recen el rosario, devoción que te es tan agradable. Madre mía, ayúdame en mí debilidad y fragilidad para que pueda cumplir mi resolución”. (San Antonio María Claret)
“Madre del Perpetuo Socorro, me entrego para siempre en vuestras manos para que en la vida y en la muerte hagáis siempre lo que queráis de mí, llevándome, en esta vida y en la otra, entre vuestros brazos, como llevasteis al Niño Jesús. ¡Oh, Madre mía amadísima!”. (Carlos De Foucauld)
La oración que siempre recomendaba San Antonio María Claret, a manera de plegaria-consagración, junto con tres Avemarías era esta:
“Oh Virgen y Madre de Dios, yo me entrego por hijo vuestro, y en honor y gloria de vuestra pureza, os ofrezco mi alma y cuerpo, potencias y sentidos, y os suplico me alcancéis la gracia de no cometer jamás pecado alguno. Amén”.
“Virgen Santísima, hacia ti, que eres mi tesoro de misericordias y canal de las gracias de Dios, elevo mis manos suplicantes. Te pido que me tomes bajo tu amparo e intercedas por mí ante tu adorable hijo, rogándole me conceda las gracias que necesito para ser un religioso marista según su corazón.
Bajo tus auspicios quiero consagrarme a la salvación de los hombres. Nada puedo por mí mismo, madre de misericordia, absolutamente nada, lo reconozco; Pero tú lo puedes todo con tu valimiento. Virgen Santísima en ti pongo enteramente mi confianza. Te ofrezco, te doy y consagro mi persona, mis trabajos, los actos de toda mi vida, así sea”.
“Gloriosísima Virgen, Madre de mi Dios, en este día felicísimo en que disteis purísimamente a luz al Dios Niño, vinisteis a ser de un modo particular la Madre de los hombres, y la Reina de todas las criaturas del cielo y de la tierra. Me postro con toda mi alma a vuestros pies para tributaros toda la gloria y honra que por este motivo se os puede tributar.
Vos sois la Madre de mi Criador y la mía; Vos sois mi Reina y Señora: os alabo, os respeto y amo sobre todas las cosas después de Dios y de vuestro divino Hijo; y me someto a vuestro dulce imperio en el tiempo y en la eternidad.
Y ¿quién podrá, amable Madre mía, dejar de someterse a él, después que el mismo Dios se dignó sujetarse a vuestra obediencia en calidad de hijo vuestro? ¡Oh! Sí; de todo corazón me someto a este dominio. Suplicaos Santísima Madre de Dios, que me alcancéis de vuestro queridísimo Hijo la gracia de vivir y morir en su obediencia y en la vuestra”.
San Juan Bautista La Salle en su libro EXPLICACIÓN DEL MÉTODO DE ORACIÓN MENTAL nos indica dos modos de ofrecimiento y consagración a la Virgen. En la primera le rinde un acto de homenaje a la Santísima Virgen, como Madre de Dios, y en la segunda concluye su tratado con una invitación a ponerse bajo la protección de la Virgen ofreciéndole todo a su Hijo:
1. “Gloriosísima Virgen, Madre de mi Dios, en este día felicísimo en que disteis purísimamente a luz al Dios niño, vinisteis a ser de un modo particular la madre de los hombres, y la Reina de todas las criaturas del cielo y de la tierra. Me postro con toda mi alma a vuestros pies para tributaros toda la gloria y honra que por este motivo se os puede tributar. Vos sois la madre de mi Criador y la mía; Vos sois mi Reina y Señora: os alabo, os respeto y amo sobre todas las cosas después de Dios y de vuestro divino Hijo; y me someto a vuestro dulce imperio en el tiempo y en la eternidad.
Y ¿quién podrá, amable Madre mía, dejar de someterse a él, después que el mismo Dios se dignó sujetarse a vuestra obediencia en calidad de hijo vuestro? ¡Oh! sí; de todo corazón me someto a este dominio. Suplícoos, Santísima Madre de Dios, que me alcancéis de vuestro queridísimo Hijo la gracia de vivir y morir en su obediencia y en la vuestra”.
2. “Santísima Virgen, dignísima Madre de Dios, y también mi buena Madre y abogada, mi refugio y protectora, a vos me dirijo con profunda humildad, como en quien, después de Dios, pongo toda mi confianza, para suplicaros os dignéis recibir bajo vuestra protección mi oración, mis resoluciones y todo cuanto en ella he concebido, suplicándoos muy humildemente lo bendigas todo, suplicándole me conceda, en atención a Vos, las gracias que necesito para cumplir mis resoluciones, practicar la virtud (o la máxima) sobre la cual he hecho oración, para mayor gloria de Dios, honra vuestra y salvación de mi alma”.
“Dígnate recibir mi alabanza, oh Virgen bendita”.
Inmaculada Concepción
Reina del cielo y de la tierra
Refugio de los pecadores y Madre amantísima
a quien Dios quiso confiar todo el orden de la misericordia:
Heme aquí a tus pies a mí, (...), pobre pecador.
Te lo suplico, acepta mi ser entero
como cosa y propiedad tuya;
obra en mí según tu voluntad,
en mi alma y en mi cuerpo,
en mi vida y en mi muerte y mi eternidad.
Dispón ante todo de mí como lo desees,
para que se realice finalmente lo que
se ha dicho de ti:
“La mujer aplastará la cabeza de la serpiente”;
y también:
“Tú sola vencerás todas las herejías
del mundo entero”.
Que en tus manos todas puras, tan ricas
en misericordia, sea yo un instrumento de tu amor
capaz de reanimar y de hacer florecer plenamente
tantas almas tibias o extraviadas.
Así se extenderá sin fin el reino del Corazón
divino de Jesús.
Verdaderamente, tu sola presencia atrae las gracias,
que convierten y santifican las almas,
puesto que la gracia brota del Corazón
divino de Jesús sobre todos nosotros
pasando por tus manos maternales”.
“Santísima Virgen María, Madre de Dios, yo (...), aunque de todo muy indigno de ser recibido en el número de tus siervos, confiando, sin embargo, en tu admirable piedad y movido con deseo de servirte, te elijo hoy, delante de tu castísimo esposo S. José, de mi Ángel Custodio, y de toda la Corte Celestial, por especial Señora, Patrona y Madre; propongo firmemente seguirte en adelante, obedecerte y procurar que otros te ofrezcan su servicio. A ti pues, Madre clementísima, por la sacratísima sangre de tu Hijo, te suplico que te dignes admitirme entre tus hijos y que me alcances de Dios la gracia de agradarte a ti y a Dios en todo momento con mis pensamientos, palabras y obras. Acuérdate también de mí en la hora de mi muerte. Amén”.
“Oh dulcísima Virgen María a tus plantas purísimas vengo, a ofrendarte los bienes que tengo, y con ellos mi vida y mi amor.
Agitado por fieras tormentas y tiranas pasiones sin cuento, a tu oído quisiera llegar, porque sabes calmar los temores de tus hijos, que en llanto y gemidos, protección te demandan rendidos y consuelo en su largo penar.
Te quisiera traer, Madre mía las ofrendas que sólo son dignas de tocar a tus plantas benignas: Humildad, inocencia y amor.
Dime, ¿cómo podré, gran Señora presentártelas siendo tan pobre, a no ser que por Ti yo recobre lo que el vicio robó con furor?”
“Bendita sea tu pureza,
y eternamente lo sea:
Pues todo un Dios se recrea
En tan graciosa belleza,
A ti, celestial Princesa,
Virgen Sagrada María,
Te ofrezco desde este día
Alma, vida y corazón.
Mírame con compasión,
No me dejes Madre mía”.
La “Santa Esclavitud”, es una forma de Consagración a la Virgen, que tuvo sus inicios desde los primeros siglos, y que con el correr de los tiempos fue tomando forma. Son muchos los personajes de la iglesia que se sintieron atraídos y propagaron esta “Santa Esclavitud” a la Santísima Virgen María, hasta el punto de declararse «siervos suyos».
San Odilón[7], fue uno de los primeros en adoptar esta forma de consagración. Públicamente se consagró a la Virgen como esclavo suyo. Después de haber sido curado milagrosamente por intercesión de la Virgen, se fue en peregrinación al santuario de Nuestra Señora del Puy, y delante de todos se puso una soga al cuello para consagrarse a la Virgen:
«¡Oh Virgen piadosísima y Madre del Salvador de todos los siglos!, de ahora en adelante tómame a tu servicio y sé mi abogada misericordiosa en todos mis asuntos. Después de Dios, nadie me es tan cerca como tú. Con plena libertad, me entrego para siempre a tu servicio como esclavo.»
Hay testimonios que señalan a fray Juan de los Ángeles[8] (1536-1609) y Melchor de Cetina (franciscanos), como los primeros en escribir obras teológicas sobre la “Santa Esclavitud”.
San Simón de Rojas[9] (1552-1624) fundó una cofradía de los esclavos de la Virgen y la difundió sobre todo en España. Muy famosa y conocida es su frase: “Sea yo todo tuyo, oh María, y no tendré nada que temer”
De acuerdo con los estudios realizados, ha quedado establecido, que quien que le dio forma y contenido a la “esclavitud mariana” fue el P. español Bartolomé De los Ríos[10] (1552-1624). Él la dio a conocer en Europa. Suya es esta consagración que ofreció a la Virgen:
“Voluntad de Dios es que tengamos todas las cosas por Ti. Por tanto, a ti me doy, me ofrezco y me consagro eternamente con toda mi alma, desde lo más íntimo de mi corazón, de tal modo que es mi propósito -sin esperanza de cosa alguna ni temor a nada- servirte con rendida esclavitud; este es mi propósito, esta mi determinación, esta mi voluntad”.
Al llegar esta “nueva forma de consagración” a Francia, se atribuye a Pedro de Bérulle[11], de ser el iniciador de la “cruzada” de donación a Jesús y María. Luego le seguirían Enrique María Boundon y en especial San Luis María Grignión de Montfort que se constituyeron en los grandes propagadores de la Santa Esclavitud a María. Cabe destacar que San Luis María Grignión de Montfort se inspiró primordialmente en los escritos de Enrique María Boudon, cuyo libro era uno de los que tenía de cabecera.
A Boundon[12], discípulo de San Juan Eudes le cupo la gracia de definir magistralmente lo que significa la Santa Esclavitud a María. Boundon la definió así:
“Es una santa transacción que se hace con la Reina del Cielo y de la tierra, por la cual se le consagra su libertad para formar parte del número de sus esclavos, haciéndola dueña absoluta de su corazón, cediéndole todo el derecho que se tiene sobre todas las buenas cosas y entregándose enteramente al servicio de su grandeza”.
El voto de consagración que hizo Pedro de Bérulle a la Santísima Virgen María es uno de los más famosos que se conoce:
“Yo me dedico y consagro a Jesucristo, mi Señor y mi Salvador, en estado de perfecta esclavitud, y a su Santísima Madre, la Sagrada Virgen María. En honor perpetuo de la Madre y del Hijo, yo quiero estar en estado y cualidad de esclavitud con respecto a la que tiene estado y cualidad de Madre de Dios... Renunció al poder y la libertad que tengo de disponer de mí y de mis acciones; cedo este poder a la Santísima Virgen y la coloco eternamente en sus manos como homenaje a sus grandezas y perfecta sumisión que Ella hizo de sí misma a su Hijo único, Jesucristo, Nuestro Señor... Yo le doy mi ser y mi vida y todas las condiciones, circunstancias y propiedades que le acompañan.
En este espíritu y con esta intención me dirijo a Vos, oh Santísima Virgen, y os hago una oblación entera, absoluta e irrevocable de todo lo que yo soy por la misericordia de Dios en el ser y en las órdenes de la naturaleza y de gracia, de cuanto de ellos depende, y de todas las acciones que yo haga en toda mi vida; Porque yo quiero que todo cuanto es mío sea vuestro; quiero que el poder y la gracia que se me ha dado se emplee en orientarme a mí y cuanto hay en mí a vuestro honor y homenaje; os escojo, oh Virgen Santa, y os considero en adelante como el único objeto al cual después de vuestro Hijo y bajo su dependencia, hago entrega de mi alma y de mi vida, así interior como exterior y cuanto, en general, me pertenece.
Pongo mi vida y mi alma en estado de relación, dependencia y vasallaje con respecto a Vos; quiero que mi vida de naturaleza y de gracia y de todas mis acciones sean para Vos en calidad de tales, como cosa que os pertenece por mi estado y condición de vasallaje hacia Vos...; Os ofrezco mi vida y mis acciones en honor de vuestra vida y de vuestras acciones..; Y si conociera un estado de mas bajeza y sumisión, y que mejor correspondiera al exceso de vuestras grandezas, yo lo escogería como homenaje y amor hacia Vos, y quiero que en virtud de mi presente intención, cada momento de mi vida y cada una de mis acciones os pertenezca como si yo os las ofreciera todas en particular. Así os ofrezco todo lo que soy y todo lo que puedo para tributar homenaje a todo lo que Vos sois, oh Virgen Madre de Dios.
Quiero... venerar singularmente vuestra maternidad, vuestra soberanía, vuestra santidad; vuestra maternidad, porque ella os une a Dios con un lazo que es exclusivamente vuestro, y os confiere un alto grado de afinidad con Él, que nadie hubiera jamás osado pensar; vuestra soberanía, porque esta cualidad de Madre de Dios os reviste no sólo de una gran eminencia, sino también de gran poder y dominio sobre todas las criaturas, como Madre que sois del Creador.
¿Habrá espíritus tan poco iluminados con la luz de nuestros misterios y tan insensibles a vuestras grandezas, oh Virgen Santa, que se atrevan a objetar a este dominio y a esta suerte de esclavitud...?Que salgan de sus tinieblas y se eleven por encima de la pequeñez de sus sentidos; que contemplen a Dios y a sus criaturas; y a la luz de Dios verán que toda santidad lleva consigo una suerte de grandeza, de dignidad y de dominio; verán que las criaturas, por ser tales, han nacido en servidumbre, que este estado les es connatural...
En honor, pues, de vuestra santidad, de vuestra maternidad y de vuestra soberanía, yo me dedico y consagro todo a Vos, oh Virgen de las vírgenes, oh Santa de los santos...; yo quiero y deseo con toda mi alma que Vos tengáis un poder especial sobre mi alma, sobre mi estado, mi vida y mis acciones, como una cosa que os pertenece así por título de vuestras grandezas como por un derecho nuevo y particular en virtud de la elección que yo hago de depender eternamente de vuestra santidad, de vuestra maternidad, de vuestra soberanía a razón de esta mi esclavitud que ofrezco para siempre”.
A JESUCRISTO, LA SABIDURÍA ENCARNADA,
A TRAVÉS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
“¡Oh Eterna Sabiduría del Verbo Encarnado! ¡Oh Dulcísimo y Adorabilísimo Jesús! ¡Sois Verdadero Dios y Verdadero Hombre, Hijo Unigénito del Padre Eterno, y de la Bienaventurada siempre Virgen María! Os adoro profundamente en el Seno resplandeciente de Vuestro Padre Celestial por toda la eternidad. También adoro a la Encarnación Vuestra en el Seno Virginal de Vuestra dignísima Madre, María Santísima.
Os doy gracias por haberos aniquilado, tomando la forma de un esclavo, para rescatarme de la esclavitud cruel del demonio. Os alabo y glorifico por haberos sometido plenamente a María, Vuestra Madre Santísima; y esto para convertirme en Vuestro fiel esclavo, por mediación de Ella.
Mas, ¡ay de mí! He sido ingrato e infiel. No he cumplido las solemnes promesas que hice en mi Bautismo, y siento que no he cumplido mis obligaciones, no merezco ser llamado Vuestro Hijo; ni siquiera, Vuestro esclavo. Ya que no hay nada en mí que no merezca Vuestra cólera, y Vuestra repulsa, no me atrevo presentarme a solas, ante Vuestra Santa y Augusta Majestad. Por esta razón, acudo a Vuestra Santísima Madre; pues me la habéis preparado y asignado como Medianera, ante Vuestra Divina Presencia.
A través de Ella espero obtener la verdadera contrición, el perdón de mis pecados, y la gracia de adquirir y preservar la sabiduría.
¡Salve, Oh María Inmaculada, Tabernáculo Viviente de la Divinidad! ¡La Sabiduría Divina se ha complacido en ocultarse aquí, para ser adorado por los Ángeles, y por todos los hombres! ¡Salve Oh Reina del Cielo y de la Tierra, a cuyo imperio todo está sujeto bajo el dominio de Dios! ¡Salve Refugio de los pecadores, cuya misericordia no desampara a nadie! Escuchad mis deseos de poseer la Divina Sabiduría. A este fin, recibid mis votos y ofrendas que humildemente os presento ahora:
Yo (...), pecador infiel, renuevo y ratifico en vuestras manos mis votos Bautismales en este día. Renunció para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras; y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para cargar mi cruz y seguirle a Él, todos los días de mi vida. Y deseo servirle con mayor fidelidad; y más de lo que he demostrado en el pasado.
En la presencia de toda la Corte Celestial, deseo elegiros, Oh Virgen Santa, como Madre y Señora mía. Me entrego y consagro totalmente a vos con todo lo que me pertenece, en estado de esclavitud. Os entrego mi cuerpo, mi alma y todos mis bienes, tanto interior como exterior. Os ofrezco aun, el valor de todas mis buenas obras, pasadas, presentes y futuras. A vos entrego el pleno derecho de disponer de mí, y de todo lo que me concierne sin excepción, según os complace. Y todo esto os ofrezco para mayor gloria de Dios, durante el tiempo, y toda la eternidad.
Recibid, oh Virgen benigna, esta pequeña oferta de mi esclavitud. Os lo ofrezco en honor, y en unión de la humildad con que la Eterna Sabiduría se dignó someterse a vuestra Maternidad. También rindo homenaje al dominio que ambos tenéis sobre este pobre pecador; y agradezco a la Santísima Trinidad por los Privilegios con que os ha colmado. Declaro, que en adelante, deseo honraros y obedeceros plenamente, en todas las cosas, como vuestro verdadero esclavo.
¡Oh Madre Admirable! Presentadme a vuestro Amable Hijo como su esclavo eterno. Así como Él me ha redimido por vuestra mediación, así mismo pido que me reciba por vuestra intervención.
¡Oh Madre de Misericordia, concédeme la gracia de obtener la verdadera Sabiduría de Dios! A este fin, os suplico recibirme con los que amáis y enseñáis y con todos los que habéis guiado, alimentado y protegido, como hijos y esclavos vuestros.
¡Oh Virgen fiel! Ayudadme para que en todas las cosas, yo sea un discípulo, imitador y esclavo perfecto, de la Sabiduría Encarnada, Jesucristo, Vuestro Divino Hijo. De este modo, mediante vuestra intercesión, alcanzaré la plenitud de la edad de Cristo aquí en la tierra y gozar plenamente de Su Gloria en el Cielo. Amén”.
SANTA MARGARITA MARÍA ALACOQUE[13]
“¡Oh Santa, amable y gloriosa Virgen, Madre de Dios!, querida madre nuestra, señora y abogada, a la que nosotras somos todas devotas y consagradas, y te pertenecemos como hijas y siervas por el tiempo y por la eternidad; he aquí que de común acuerdo nos ponemos a tus pies para renovar los votos de nuestra fidelidad a ti, y pedirte como cosas tuyas, que nos ofrezcas y entregues al Sagrado Corazón del adorable Jesús; nosotras y todo lo que somos, todo lo que hagamos y suframos, sin reservarnos nada, no queriendo otra libertad que la de amarlo, y otra gloria que la de pertenecerle como esclavas y víctimas de su amor puro; ni otra voluntad ni poder que el de agradarlo y darle gusto en todo, hasta con el sacrificio de nuestras vidas. Y como tienes todo poder sobre este amable corazón, haz pues, oh querida Madre, que Él reciba y acepte esta consagración.
¡Oh dulce esperanza nuestra!, pídele ejercer su soberano imperio sobre nuestras almas haciendo reinar su amor en nuestros corazones, para que nos consuma y nos transforme todas en él. Que él sea nuestro padre, nuestro esposo, nuestro guardián, nuestro tesoro, nuestra delicia, nuestro amor y nuestro todo en todas las cosas, para que podamos serle agradables.
¡Oh Sagrados Corazones de Jesús y de María!, suplan todo lo que nos falta; quemen nuestros corazones en sus santos ardores, porque queremos hacer consistir toda nuestra alegría y nuestra felicidad en vivir y morir como esclavas del adorable corazón de Jesús e hijas de María”.
“¡Oh Madre de Misericordia! yo os constituyo dueña absoluta y suprema gobernadora de toda mi casa, de mis parientes, de mis intereses y de todos mis negocios, y vos no os desdeñéis de cuidar de ellos... Bendecidme a mí y a todos los de mi familia, y no permitáis que ninguno de nosotros ofenda de hoy en adelante a vuestro Hijo; defendednos en las tentaciones, socorrednos en las necesidades, libradnos de los peligros, aconsejadnos en las dudas, consoladnos en las aflicciones, asistidnos en las enfermedades y principalmente amparadnos en las angustias de la muerte. No permitáis, ¡oh, Madre de Dios!, que el enemigo llegue a gloriarse de tener por esclavo suyo a ninguno de nosotros después de estar consagrado a vuestro servicio, y haced que todos tengamos la dicha de llegar un día al reino de la eterna Gloria, para agradecer vuestros favores y estar en vuestra compañía para bendecir y alabar con Vos a vuestro Hijo, nuestro divino Redentor Jesucristo, por toda la eternidad. Amén”. (San Alfonso María Ligorio).
Santísima Virgen María que bendices y proteges las casas donde está expuesta y honrada tu Sagrada Imagen: Te elegimos hoy y para siempre por Señora y Dueña de esta casa y te pedimos que te dignes demostrar en ella tu poderoso auxilio, preservándola de las enfermedades, del fuego, del rayo, de las inundaciones, de los terremotos, de los ladrones, de las discordias y de los peligros de la guerra. Bendice y protege a las personas que aquí habitan y concédeles la paz, una gran FE, verdadero amor a Dios y al prójimo, paciencia en las penas, esperanza en la vida eterna, facilidades en el trabajo, empleo y estudio, y la gracia de evitar los malos ejemplos, el vicio, el pecado, la condenación eterna y todas las demás desgracias y accidentes. Amén.
El 18 de noviembre de 1882 se aprobó y se dio el carácter de indulgencia a esta consagración:
“Bajo tu protección, Madre dulcísima, e invocando el misterio de tu Concepción Inmaculada, quiero continuar mis estudios y trabajos literarios. Con ello quiero conseguir mejor el fin de propagar tu culto y tu honor.
Te ruego, Madre amantísima, Sede de la Sabiduría, que me ayudes en mis estudios.
Yo como es justo, gustosa y devotamente te prometo que todo el éxito que consiga reconoceré haberlo obtenido por completo de tu intercesión ante Dios”.
Francia fue la primera nación del mundo en ser consagrada públicamente a la Virgen. En 1638 el rey Luis XIII la consagró mediante esta fórmula:
“Tomo a la bienaventurada y gloriosísima Virgen María por Patrona especial de mi Reino; a Ella dedico y consagro de un modo formal mi persona, mi cetro, mi corona y mis súbditos.
Hago voto solemne y perpetuo de renovar esta consagración anualmente en la fiesta de la Asunción, para que, mediante el socorro de este eficacísimo patrocinio, Francia sea en todo tiempo amparada, y el Señor muy bondadoso y grande, sea de tal manera honrado con dicho culto que, mediante su protección, puedan soberano y súbditos desear y alcanzar este fin celestial para el cual hemos sido creados”.
Todos los años en la fiesta de la Inmaculada, las Hermanas de la Caridad hacen esta consagración:
“Santísima y gloriosa Virgen María, hemos recurrido a Ti como a Madre de Misericordia. Te suplicamos humildemente la oblación irrevocable de nuestras almas y de nuestras personas, que dedicamos y consagramos en esta fiesta a tu servicio y a tu amor para toda nuestra vida y para toda la eternidad; proponiéndonos imitar a los demás en honrarte, servirte, imitarte e invocarte, para encontrar gracia delante de Dios.
Que te agrade recibirnos a todos en general y a cada una en particular bajo tu santa protección, tomándote por nuestra Señora y Maestra, por nuestra Patrona y Abogada... Que la pequeña Compañía de Hijas de la Caridad de la que somos miembros, te tenga siempre por tu verdadera y única Madre.”
Daniel Comboni, el 8 de diciembre de 1875, siendo obispo consagró el Vicariato de África Central a Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús con estas iluminadas palabras:
“Míranos postrados a tus pies, ¡oh Virgen bendita y Madre de Dios, María! llenos de alegría te saludamos por vez primera en estas tierras desiertas con el nuevo y glorioso titulo de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús”.
“Este nombre augusto brilla hoy para nosotros como un sol entre las tinieblas, como un iris de paz y reconciliación entre la tierra y el cielo. Al verte hoy en medio de tus hijos reavivas nuestras esperanzas, nos consuelas repitiéndonos que hoy aparece ante nuestros ojos la bondad y la benignidad de nuestro Salvador Jesucristo, es decir, hoy abres para estas tierras los tesoros de gracia y bendición encerrados en ese Corazón adorable porque Tú eres la única Reina y Señora.
Sí, te saludamos, María, Reina augusta del Sagrado Corazón de Jesús. Te saludamos en esta sagrada solemnidad, Hija predilecta del eterno Padre, por quien el conocimiento de Dios ha llegado hasta los últimos confines de la tierra. Te saludamos, morada del Hijo que de Ti nació revestido de carne humana. Te saludamos, sagrario inefable del Espíritu Santo, que en Ti derramó todos sus dones y gracias.
¡Oh María!, Reina amable del Sagrado Corazón de Jesús, ¡qué oportunamente llegas a nuestras necesidades! ¡Cómo te ha reservado la Providencia para estos tiempos y lugares! Ven, reina y domina estas tierras desiertas y abandonadas. Sólo Tú, ¡oh María!, puedes fecundar con tu bendición este suelo árido y lleno de espinas desde hace diecinueve siglos. Sólo Tú puedes iluminar con tu luz a tantos pobres infieles, hijos del desdichado Cam, que viven aún en las sombras de muerte. Sólo Tú puedes dar a tantos millones de seres infelices su Señor y su Dios. Por eso nosotros, llenos de confianza en tu piedad maternal recurrimos a Ti, nos refugiamos bajo tu poderosa protección, seguros de que Tú nos consolarás, escucharás nuestras súplicas y enjugarás las lágrimas de tantos hijos tuyos. Ven, pues, en nuestra ayuda, ¡oh María!, Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús. En Ti, después de Él, están todas nuestras esperanzas. Eres la enseña de la fe verdadera; difúndela con tu poder por estas regiones.
Eres la Madre feliz de nuestro divino Redentor, muerto por todos en la cruz; haz, pues, que ésta reine en toda África. Eres la Reina de los ángeles: envía numerosos escuadrones angélicos en nuestro socorro para destruir el reino de Satanás. Eres la Madre de los apóstoles: despierta en muchos operarios evangélicos el espíritu apostólico y condúcelos a esta parte abandonada de la viña del Señor. Tú después de Jesús, eres todo para nosotros. Por eso después de ofrecernos y consagrarnos al Corazón Santísimo de Jesús, hoy solemnemente nos dedicamos y consagramos a Ti. Te consagramos nuestras personas, nuestras familias y todo el Vicariato del África Central. Te consagramos nuestros pensamientos, palabras y obras. A Jesús y a Ti os ofrecemos y consagramos nuestros sufrimientos y fatigas, nuestra vida entera. A Ti y a Jesús os confiamos y consagramos todas las almas de las regiones del África Central.
Tú ¡oh María!, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, vela por tus pobres hijos, custódianos como herencia y propiedad tuya. Sé nuestra guía en los viajes, nuestra maestra en las dudas, nuestra luz en las tinieblas; sé nuestra salvación y fortaleza en las debilidades, nuestra abogada y nuestra Madre junto al Corazón de tu Hijo Jesús en toda nuestra vida. Y luego en la hora de nuestra muerte, ¡oh María!, protégenos, asístenos con Jesús. Sean nuestras últimas palabras: Que todos los hombres amen al Sagrado Corazón de Jesús; que toda lengua alabe y bendiga a Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús. Así sea”.
Al conmemorarse los 500 años de Evangelización de América el 12 de octubre de 1992. el Papa Juan Pablo II en su visita a la República Dominicana, en la ciudad de Santo Domingo hizo esta solemne consagración al Continente Americano:
1. Dios te salve María, llena de gracia. Te saludo, Virgen María, con las palabras del ángel.
Patrona de la República Dominicana, para proclamar tu bendito nombre de la Altagracia.
Tú eres la llena de gracia, colmada de amor por el Altísimo, fecundada por la acción del Espíritu, para ser la Madre de Jesús, el Sol que nace de lo alto.
Te contemplo, Virgen de la Altagracia, en el misterio que revela tu imagen: el nacimiento de tu Hijo, Verbo encarnado, que ha querido habitar entre nosotros, al que tú adoras y nos muestras para que sea reconocido como Salvador del mundo.
Tú nos precedes en la obra de la nueva evangelización que es y será siempre anunciar y confesar a Cristo «camino, verdad y vida».
2. Santa María, Madre de Dios: Recuerdo ante tu imagen, en este 12 de octubre de 1992, el cumplimiento de los quinientos años de la llegada del Evangelio de Cristo a los pueblos de América, con una nave que llevaba tu nombre y tu imagen: la Santa María.
Con toda la Iglesia de América entono el canto del «Magníficat». porque, por tu amor maternal, Dios vino a visitar a su pueblo en los hijos que habitaban estas tierras, para poner en medio de ellos su morada, comunicarles la plenitud de la salvación en Cristo y agregarlos, en un mismo Espíritu, a la Santa Iglesia Católica.
Tú eres la Madre de la primera evangelización de América, y el don precioso que Cristo nos trajo con el anuncio de la salvación.
3. Reina y Madre de América: Te venero, con los pastores y fieles de este continente, en todos los santuarios e imágenes que llevan tu nombre, en las catedrales, parroquias y capillas, en las ciudades y aldeas, junto a los océanos, ríos y lagos, en medio de la selva y en las altas montañas.
Te invoco con los idiomas de todos sus habitantes y te expreso el amor filial de todos los corazones. Desde hace quinientos años estás presente a lo largo y ancho de estas tierras benditas que son tuyas, porque decir América es decir, María. Tú eres la Madre solícita y amorosa de todos tus hijos que te aclaman como «vida, dulzura y esperanza nuestra».
4. Madre de Cristo y de la Iglesia: Te presento y consagro, como Pastor de la Iglesia universal, a todos tus hijos de América: a los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas; religiosos y religiosas; a quienes viven su consagración en la vida contemplativa o la testimonian en medio del mundo.
Te encomiendo a los niños y a los jóvenes, a los ancianos, a los pobres
y a los enfermos, a cada una de las
Iglesias locales, a todas las familias y comunidades cristianas.
Te ofrezco sus gozos y esperanzas, sus temores y angustias, sus
plegarias y esfuerzos para que reine la justicia y la paz, iluminados por el Evangelio de la verdad y la vida.
Tú, que ocupas un puesto tan cercano a Dios y a los hombres, con tu mediación maternal presenta a tu Hijo Jesucristo la ofrenda del
pueblo sacerdotal de las Américas; implora el perdón por las injusticias cometidas, acompaña con tu cántico de alabanza nuestra acción de gracias.
5. Virgen de la Esperanza y Estrella de la Evangelización: Te pido que conserves y acrecientes el don de la fe y de la vida cristiana, que los pueblos de América recibieron hace cinco siglos.
Intercede ante tu Hijo para que este continente sea tierra de paz y de esperanza, donde el amor venza al odio, la unidad a la rivalidad, la generosidad al egoísmo, la verdad a la mentira, la justicia a la iniquidad, la paz a la violencia.
Haz que siempre sea respetada la vida y la dignidad de cada persona humana, la identidad de las minorías étnicas, los legítimos derechos de los indígenas, los genuinos valores de la familia y de las culturas autóctonas. Tú que eres Estrella de la evangelización, impulsa en todos el ardor del anuncio de la buena nueva para que sea siempre conocido, amado y servido Jesucristo, fruto bendito de tu vientre, revelador del Padre y dador del Espíritu, Él mismo ayer, hoy y siempre. Amén.
[1] El antiguo santuario mariano de “Notre Dame de Fourvieres”, se encuentra en Lyon-Francia.
[2] San Juan Bautista La Salle, nació en Reims, capital de Champaña-Francia, el 30 de abril de 1651, fue el primogénito de once hermanos, del matrimonio formado por Luis De La Salle y Nicolasa Moet de Brouillet. Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y Patrono de los Maestros, murió en Rouen el 7 de abril de 1719.
[3] Kolbe no se contenta con ninguna consagración, ni siquiera la suya. Cualquiera que sea le parece poco, es un insatisfecho. Interpretando el pensamiento de Maximiliano, para consagrarse a la Inmaculada no hay, ni habrá palabras, porque es ilimitada, total, eterna, no tiene fin, como lo comprueban estas expresiones suyas: “Son bellas las expresiones siervo, hijo, esclavo, cosa y propiedad; pero nosotros quisiéramos más, quisiéramos ser suyos sin ninguna limitación, incluyendo todas estas fórmulas y otras que se inventarán, o que podrían inventarse. En una palabra, nosotros queremos ser de Ella, de la Inmaculada”. A mi modo de ver Kolbe, sin proponerse va más allá en cuanto a la verdadera y auténtica consagración, la cual resulta muy original porque de un modo perfecto abarca todo: “Ser suyos bajo cualquier aspecto y para siempre”.
[4] San Francisco de Sales (1567-1621), Doctor de la Iglesia, escribió dos obras famosas: La Introducción a la Vida Devota y El Tratado del Amor de Dios. En honor de este santo, Don Bosco fundó la Congregación de los “Salesianos”.
[5] Franciscano del siglo XVII.
[6] El P.«servita» Gabriel Roschini (1900-1977), en el segundo tomo de su libro titulado LA MADRE DE DIOS SEGÚN LA FE Y LA TEOLOGÍA, realizó un interesante estudio sobre la “Esclavitud Mariana”.
[7] Abad de Cluny (962-1048)
[8] Fray Juan de los Ángeles nació en Corchuela, localidad de España, situada entre Ávila y Extremadura. Entre sus escritos más conocidos están: “Manual de vida perfecta” y su capital obra mística “Conquista del Reino de Dios”, escrita en forma de diálogo.
[9] Español, perteneció a la Congregación Trinitaria. A la Virgen le dedicó hermosos poemas.
[10] Bartolomé de los Ríos perteneció a la Orden de los padres agustinos, autor de una formidable obra que lamentablemente no se la ha dado a conocer como es debido: “De Hierarchia Mariana Libri Sex”, publicada en Amberes en 1641.
[11] Pedro de Bérulle (†1629). Fundador del “ORATORIO” y considerado como el grande y verdadero fundador de la “Escuela Francesa”. Compuso un “Voto a Dios para ofrecerse a Jesús en estado de esclavitud”, y un “Voto a María, para ofrecerse a la Santísima Virgen, en estado de dependencia y servidumbre”.
[12]Boudon escribió una obra titulada “Dios solo o la Santa Esclavitud de la Madre de Dios”, publicada en 1674.
[13] Santa Margarita nació en L‘Hautecouer perteneciente a la Provincia de Borgoña - Francia el 22 de julio de 1647. A los 25 años hizo su profesión religiosa en el monasterio de la Visitación de Paray-Le Monial, conocido como Santa María, a donde ingresó para ser “HIJA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN“, según sus propias palabras. El Señor la eligió para la misión de propagar y difundir la devoción a su Sagrado Corazón (junto con San Claudio La Colombiére, su director y confesor). Entre las muchas revelaciones que tuvo la santa, Jesús le encargó la misión de establecer la fiesta litúrgica en honor de su Sagrado Corazón el primer viernes después de la Fiesta de Corpus Cristi, y de conceder la gracia de la penitencia final a los que comulguen los nueve primeros viernes de mes seguidos. El 17 de octubre de 1690, después de recitar con sus hermanas las letanías del Sagrado Corazón y de la Virgen María expiró llena de gozo y paz.
[14] Monseñor Daniel Comboni (1831-1881), nació en Limone (Brescia-Italia). Fue el gran apóstol de Africa Central desde 1857 hasta su muerte acaecida en Jartum (Sudán). Fundador de los Institutos Misioneros Combonianos, fue beatificado en Roma el 17 de marzo de 1996 y canonizado el 5 de octubre del 2003.